Drones a ciegas sobre el cielo de Afganistán: la nueva ‘guerra remota’ de Joe Biden

Las tropas y los diplomáticos de Estados Unidos han salido de Afganistán, pero su guerra no ha terminado. El Pentágono seguirá librándola desde la distancia, desde el cielo. La Administración Biden planea expandir los ataques con drones en el país asiático. Una estrategia, la ‘guerra remota’, que acarrea tantas ventajas como inconvenientes, y que no acaba de convencer a algunas mentes militares.

Pero antes, ¿qué son y cómo funcionan los drones de ataque? Sería una pregunta obvia, de no ser porque su desempeño está envuelto en el secreto de Estado. Pese a que los drones son desde hace años parte del acervo informativo, solo conocemos algunos vagos esbozos de la forma en que operan. Y gracias, en gran parte, a las filtraciones conseguidas por ‘The Intercept’ en 2015.

José Barros

El Gobierno de Estados Unidos tiene drones de todos los tamaños, modelos y características. El más voluminoso de todos es el Triton, tan grande como un Boeing 757. Una fortaleza volante destinada a la observación y la vigilancia, con radares, cámaras infrarrojas y un sensor de 360 grados que lo ve todo en un radio de más de 3.500 kilómetros. También hay drones acuáticos que parecen simples lanchas y otros con la forma de un tiburón y que sirven para espiar en el mar.

En el caso de los drones de ataque, la Casa Blanca recurre a dos modelos predilectos: el Predator y el Reaper. El más grande y mortífero, y más utilizado en las guerras de Oriente Medio, es el MQ-9 Reaper. Con más de 20 metros de envergadura, este modelo puede volar a 370 kilómetros por hora, a 15.240 metros de altura y transportar 1.700 kilos de peso. Los pilotos suelen estar a miles de kilómetros: en bases militares de Nevada o Nuevo México. Una antena terrestre les permite despegar y aterrizar el dron; en el aire, lo controlan a través de una señal por satélite.

El MQ-9 Reaper suele ir armado con cuatro misiles Hellfire guiados por láser. Técnicamente, lo que el dron localiza y ataca no es al objetivo en sí, sino su teléfono móvil. El dron se queda luego flotando en el lugar para grabar con sus cámaras el resultado, que monitoriza el piloto desde la distancia. Normalmente, se sigue al objetivo durante varias semanas, pero, cuando llega la hora de matar, nadie sabe cuál es la cadena de mando por la que circula la orden. Según ‘The Intercept’, un ataque en Somalia, en 2013, tuvo que ser aprobado hasta por 15 personas. Al final, suele ser el presidente de Estados Unidos en persona quien da luz verde.

Un MQ-9 Reaper en Afganistán, en 2016. (Reuters)Un MQ-9 Reaper en Afganistán, en 2016. (Reuters) Un MQ-9 Reaper en Afganistán, en 2016. (Reuters)

La Administración Obama, que llevó a cabo más de 500 ataques con drones en Afganistán, Pakistán, Somalia y Yemen, aceptó en 2016 (al final de su segundo mandato) hacer públicas las víctimas de las futuras agresiones. En 2019, la Administración Trump consideró esta decisión “superflua” y volvió al secretismo que había practicado Obama durante la mayor parte de su presidencia. Ahora, Joe Biden planea apoyar en el uso de drones su futura estrategia para Afganistán.

La primera y obvia ventaja de usar drones, desde el punto de vista estadounidense, es que ahorran poner en riesgo a sus propios soldados. Ningún país, y ningún presidente, quiere convivir con las imágenes constantes de ataúdes cubiertos con las barras y estrellas, descargados en tierra desde la parte trasera de un avión militar. Ni tener que llamar o reunirse con los familiares de los caídos en Irak o en Afganistán.

La segunda ventaja es que, al evitar un gran despliegue militar, con cientos de miles de pares de botas sobre el terreno, influencia y presiones en todos los aspectos de la vida local, registros en las casas, puestos de control y potenciales incidentes de todo tipo, por no hablar de los combates, Estados Unidos evitaría ofrecer a los habitantes incentivos para unirse a grupos insurgentes.

A. Alamillos

La tercera ventaja es el ahorro: las operaciones con drones son infinitamente más baratas que todo lo anterior. De hecho, dado que otros países van desarrollando sistemas para detectar y derribar drones, el objetivo de EEUU es hacerlos más baratos de fabricar y así limitar el coste económico de su uso. Ahora mismo, fabricar un MQ-9 Reaper cuesta cerca de 30 millones de dólares. La idea es que la próxima generación, además de estar más evolucionada y aprender de la experiencia por medio de la inteligencia artificial, sea también más asequible de construir.

Punto ciego de la Inteligencia de EEUU

El nombre de esta estrategia es ‘over the horizon‘ (sobre el horizonte). Y también tiene, desde el punto de vista militar estadounidense, sus inconvenientes. Como dice al portal Axios el general David Petraeus, que fue jefe del Comando Central y director de la CIA, las operaciones con drones requieren una buena red de contactos e inteligencia sobre el terreno. Con los talibanes de vuelta en el poder y muchas de las fuentes y contactos evacuados por su seguridad, los recursos de información estadounidenses en el país asiático se han visto dramáticamente reducidos.

“Los ataques con dron crean la ilusión de que hay una especie de alta tecnología, aséptica, sin riesgo, de usar la fuerza”, declaró a ‘Business Insider’ Rosa Brooks, profesora de Derecho de Georgetown. “Pero, sea como sea de sofisticada esa tecnología, dichos ataques son tan certeros como lo sea la Inteligencia”.

Carlos Santamaría. Nueva York

Un ejemplo de la pobre inteligencia recabada por Washington fue el reciente asesinato con dron de 10 civiles, incluidos siete niños, en un complejo residencial de Kabul. El Pentágono quería matar a un miembro del grupo terrorista ISIS-K por su presunta autoría de los atentados que mataron a decenas de civiles durante las evacuaciones en el aeropuerto de Kabul, incluidos 13 estadounidenses. El jefe del Comando Central de EEUU, el general Kenneth F. McKenzie, reconoció el “error” y pidió disculpas públicas por lo ocurrido.

Bases en el Golfo, o en los ‘istanes’

¿Y desde dónde los volarían? Ya no hay bases militares en Afganistán, así que se tendrían que mandar drones desde el golfo Pérsico, lo cual, según el general Petraeus, ocuparía “bastante más que el 50% del tiempo” de vuelo del dron. “No seremos capaces de mantener ni de lejos el mismo número de ojos atentos sobre Afganistán, como hicimos en el pasado sin mucha más capacidad aérea”.

Es por eso que generales del Pentágono han admitido estar discutiendo con sus homólogos rusos sobre la viabilidad de una oferta del presidente ruso, Vladímir Putin, para que Estados Unidos utilice sus bases militares en Tayikistán y Kirguistán, países vecinos de Afganistán en Asia Central. Estados Unidos había ya planteado solicitar a estos países la entrada de sus tropas en nuevas bases estadounidenses para hacer frente a la amenaza terrorista en Afganistán, un extremo que no ha sido visto con buenos ojos ni por Rusia, con fuertes lazos con la región, ni por China.

Susana Arroyo. Wuhan (China)

Congresistas y expertos militares, según fuentes citadas por Axios, no están convencidos e incluso se han referido a la estrategia como ‘over the rainbow’ (sobre el arcoiris), en relación con una famosa y dulzona canción de amor. Creen que reemplazar el esfuerzo de 20 años de guerra con un puñado de drones no tiene visos de funcionar más allá de propinar algunos “golpes pinchazo”. Lo cierto es que, de momento, la Administración Biden no ha dado muchos más detalles.

También hay un sentimiento de fatiga. Estas dos décadas de destrucción a decenas de miles de kilómetros de territorio estadounidense no parecen haber solucionado el problema original, tal y como apuntó, en una reunión que se ha filtrado a la prensa, el senador republicano Mitch McConnell. “Dada la gasolina añadida al fuego del terrorismo, ¿cuáles son vuestros planes para conducir la guerra contra el terrorismo?”, habría preguntado durante una reunión en el despacho oval. “Aunque parece que nos hemos dado por vencidos, no es el caso de ellos [los terroristas]”.

En 2018, el Center for Strategic and International Studies, un ‘think tank’ de Washington especializado en defensa y relaciones internacionales, estimó que, desde el año 2001, los paramilitares islamistas se habían cuadruplicado. Habría hasta 230.000 en 70 países, concentrados especialmente en Siria, Afganistán, Pakistán e Irak. Los terrenos de operaciones, en distintas medidas, de Estados Unidos.

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