El duende de Leonard Cohen

Miguel Barrero (Oviedo, 1980), autor ya de una extensa obra narrativa y de investigación, gusta de situar físicamente sus historias. En ‘El guitarrista de Montreal‘, después de cartografiar el espacio de dicha ciudad canadiense a través de personificaciones y descripciones minuciosas, nos introduce en otro punto de su microcosmos para situar a los personajes: la mujer desconocida, el gitano español aún innominado y al mismo Leonard Cohen.

Ya instalados en el paisaje de la novela, surgen las preguntas: quién era Betty Yee Toye, cuyo nombre aparece en una placa de un banco cerca de Belmont Avenue, qué función desempeña en la narración, quién era el gitano, que pudo estar sentado en ese mismo banco, al que Cohen agradeció el haberle enseñado los acordes fundamentales de la guitarra en el discurso que pronunció en 2011 al recibir el Premio “Príncipe de Asturias” de las Letras.

Las respuestas irrecuperables son precisamente la esencia de la literatura, ya que para formularlas se necesita una imaginación capaz de activar los conocimientos históricos, biográficos y psicológicos que, ensamblados y fundidos en las palabras, ayudan a definir la lógica difusa derivada de la ‘realidad’ que creemos conocer. Puesto que, como escribe Miguel Barrero, “[c]asi nunca hay nadie cerca que retrate o describa los hechos que al cabo del tiempo se revelan decisivos”, quien se dedica a la literatura adquiere legitimidad para elegir entre los “cientos o miles de posibilidades” que se le presentan aquellas que mejor satisfagan sus aspiraciones narrativas.

Así, repartido en cuatro partes: “599 Belmont Avenue”, “Letra y música”, “Clases de guitarra en tiempos de aislamiento” y “El guitarrista de Montreal”, Barrero nos familiariza con la historia de la ciudad, con el aspecto y la función de Sherwood Avenue, Universidad McGill incluida, y con la genealogía familiar de Leonard Cohen, enraizada en la emigración desde Lituania en el siglo XIX, en busca de una vida mejor.

Va a ser el Cohen adolescente el que establezca un nexo de unión, que resultará indestructible, entre Canadá y España, entre los primeros versos que lee de Federico García Lorca, que le impactan hasta el punto de ser uno de los motores de su propia poesía, y su misma vida, pues pondrá a su hija el nombre de Lorca. Esta fusión literaria y vital viene reforzada por las tres clases de guitarra recibidas del gitano español, al que se acabará llamando “el Hispano”, y esos compases que Cohen confiesa que “son la base de todas sus canciones”.

En la novela se recogen las palabras del cantautor en una conversación con Constantino Romero publicada en la revista “Vibraciones”: “Lorca cambió mi manera de ser y de pensar de un modo radical. Sus libros me enseñaron que la poesía podía ser pura y profunda a la vez que popular”, tres adjetivos que bien pueden completar lo que Cohen opinaba de aquellos compases, puesto que “puras”, “profundas” y “populares” son su música y sus letras.

Barrero reconoce que “va caminando despacio, intentando apresar cada detalle para reconstruirlo luego”, y esa andadura le lleva a revivir su experiencia con la guitarra durante el confinamiento en la pandemia, a repasar el asesinato de Lorca y la utilización posterior de su obra, así como a considerar respuestas varias a los acontecimientos del pasado que ya nadie puede contestar. Que “el Hispano” se hubiera suicidado antes de impartir la cuarta clase deja en el aire su posible futura fama como amigo y mentor de un Cohen que pronto sería aclamado como músico y escritor, y añade su nombre a la lista desconocida de personas válidas que nadie recordará.

“El guitarrista de Montreal” es una crónica novelada, con fechas y lugares concretos que le dan una pátina de veracidad, y es también una página más de la biografía de Leonard Cohen, de su discografía y de su relación con España, a la vez que suscita preguntas sin respuesta definitiva sobre el arte de novelar.

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‘El guitarrista de Montreal’

Miguel Barrero

Galaxia Gutenberg, 196 páginas, 18 euros

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