El Papa marca el camino a su sucesor, Juan XXIV: lo que hay detrás de su elección

“En el 2025 será Juan XXIV quien hará la visita”. Así, en tono de broma y entre risas, respondía la semana pasada el papa Francisco a la invitación del obispo de Ragusa quien, en una audiencia privada, quería confirmar la presencia del pontífice a los actos del 75 aniversario de la creación de su diócesis, que se celebrará en cuatro años. Es una gracia recurrente, que ya ha utilizado en otros encuentros anteriores, pero nada inocente. El Papa, consciente de que su tiempo al mando de la Iglesia será breve, quiere influir en la elección de su sucesor y, con la elección de ese nombre, muestra su preferencia por un perfil similar al suyo.

¿Juan XXIV o Juan Pablo III? La disyuntiva no es baladí. Con la elección de su nombre, los últimos papas han buscado homenajear a alguno de sus antecesores y dar una primera idea programática de por dónde podría ir su pontificado. Juan XXIII fue el gran reformador, convocó el Concilio Vaticano II que implicó el mayor “aggionamiento” de la Iglesia en los últimos siglos. Al referirse a Juan XXIV, Francisco pretende ejercer de “gran elector” —el cardenal que no tiene opciones de ser Papa, pero que influye de forma significativa en el proceso— en un cónclave en el que no va a participar. Marca la línea a seguir a los cardenales, la mayoría elegidos por él. Y condiciona a su sucesor. Si finalmente elige ese nombre, se significará como un continuista de Francisco, si no lo hace, sabremos que hay ruptura desde el mismo momento en que su nombre sea anunciado en la plaza de San Pedro.

José Ramón Navarro Pareja

En realidad, el cónclave que designará a su sucesor ya es totalmente francisquista. De los 121 cardenales electores —menores de 80 años—, 70 han sido creados por Francisco, 38 por Benedicto XVI y solo 13 por Juan Pablo II. Una proporción que variará en breve. Antes de diciembre de 2022, 11 de ellos cumplirán la edad de jubilación, por lo que es muy probable que Francisco convoque un nuevo consistorio, la ceremonia de creación de cardenales y sume una decena más de electores. De esta forma, los cardenales creados por Francisco supondrían los dos tercios de mayoría necesaria para elegir al nuevo pontífice, de acuerdo con las normas establecidas por Benedicto XVI. Una circunstancia que, sin embargo, no garantiza que el próximo Papa sea un clon de Francisco. “Quien entra Papa, sale cardenal”, dice una de las máximas vaticanas, así que la broma de Juan XXIV no tiene detrás un nombre concreto, sino más bien el respaldo a una sensibilidad eclesial.

Francisco sabe que le queda poco tiempo. Cumplirá 85 años el próximo 17 de diciembre y sus problemas de salud se multiplican en los últimos meses. A los 21 años le extirparon parte del pulmón derecho, debido a una grave infección. Aunque pudo hacer vida normal desde entonces, hay que sumarle problemas de vesícula, corazón y unas evidentes dificultades de movilidad, causadas por una ciática y problemas de columna. Por si fuera poco, el pasado verano fue intervenido de urgencia y se le extirparon unos 30 centímetros de intestino. Una mala salud de hierro que, a pesar de todo, le permite seguir con un ritmo de audiencias y viajes impropio de una persona de su edad. De hecho, aunque en la operación de este verano la prensa italiana especuló sobre su próxima renuncia, el mismo Papa lo desmintió más tarde. “Ni se me pasó por la cabeza renunciar”, reconocía en la entrevista que le realizó la COPE en septiembre.

Jorge C. Parcero

Una renuncia frenada en parte por el hecho de que su antecesor, Benedicto XVI, siga todavía vivo. Si ya es extraña la situación en una Iglesia con dos papas —no faltan voces que siguen otorgando la legitimidad a Ratzinger— los problemas se multiplicarían con dos eméritos. En esas circunstancias, Bergoglio parece tener asumido que seguirá al frente de la Iglesia católica hasta que “el Señor le llame a la casa del Padre” o, si ha dejado instrucciones precisas, cuando su deterioro físico y mental le impida tomar decisiones por sí mismo. Benedicto XVI se retiró, entre otras razones, para evitar que ocurriera lo que había visto con Juan Pablo II: un Papa al borde de la extenuación, con evidentes dificultades para comunicarse, incapaz de tomar decisiones y aislado por su entorno, que era quien realmente controlaba los designios de la Iglesia.

Unas circunstancias que alimentan el clima de fin de pontificado que se instala en el Vaticano cada vez que un Papa está llegando a sus últimos días. Por una parte, los cardenales de la curia aminoran su labor y dejan de promover grandes proyectos ante el riesgo doble de que sean paralizados en cualquier momento por la muerte del Papa y que sean entendidos como una forma de autopostularse a “Sucesor de Pedro”, algo que prohíben expresamente las normas del cónclave. Por contra, se multiplican las reuniones y encuentros entre cardenales, promovidos por los grandes electores, buscando sumar apoyos para alguno de los candidatos mejor posicionados. Cualquier gesto o palabra de estos es interpretado en clave de cónclave. Una situación que ralentiza por completo, hasta casi pararla, la maquinaria vaticana.

Daniel Arjona

En ese ambiente también se ha hecho presente Francisco con su “elección” de Juan XXIV. Recuerda así al papa que conoció en su juventud y un pontificado con el que guarda algunas similitudes. Como Francisco, Angelo Roncalli —Juan XXIII— fue elegido a punto de cumplir los 78 años y con fama de conservador. La curia esperaba de él un pontificado de transición, sin grandes cambios, pero sorprendió a la Iglesia y al mundo con la convocatoria del segundo Concilio Vaticano, que reactivó una institución anquilosada desde Trento. La renovación de la liturgia y la sustitución del latín por las lenguas vernáculas, la apuesta por el ecumenismo, la apertura al papel de los laicos en la Iglesia y el acercamiento al mundo contemporáneo para establecer un diálogo centrado “en lo que nos une y no en lo que nos separa”, configuraron la Iglesia católica actual. Una renovación que muchos auguraban de Francisco en sus primeros años, pero que no se ha atrevido a acometer. Como un posible Concilio Vaticano III que nunca ha llegado a convocar y que ahora sugiere a su sucesor.

Y un homenaje al Papa Roncalli —a quien el propio Francisco canonizó en 2014— pues, a pesar de que gozó de un reconocimiento generalizado, ninguno de sus sucesores ha llegado a homenajearlo repitiendo su nombre. Juan Pablo I, en un ejercicio de conciliación y equilibrio, fue el primero en elegir un nombre compuesto para recordar a sus dos antecesores, el propio Juan XXIII y Pablo VI, quien finalmente cerró el concilio, y rebajó las expectativas de cambio que se habían generado en su inicio. Juan Pablo II, conmocionado por la repentina muerte de su antecesor, eligió su nombre para recuerdo de los tres papas anteriores. Los dos últimos pontífices han roto este juego de los homenajes. Benedicto XVI quiso recordar al “Papa de la paz”, el pontífice que hizo grandes esfuerzos para evitar y parar la Primera Guerra Mundial. Y Francisco sorprendió con el homenaje al santo de Asís, el “hombre de la paz y de los pobres”, según explicó poco después.

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