El sueño del litio de EEUU tiene un precio: el ‘oro blanco’ que contamina para salvar el planeta

No hay sueño climático en Estados Unidos que no incluya la proliferación de coches eléctricos en las carreteras. Si la Administración Biden quiere cumplir su promesa de recortar un 50% las emisiones contaminantes para 2030, con respecto a los niveles de 2005, uno de los requisitos va a ser ese: la visión de un Estados Unidos sin gasolineras grasientas, sin neblina tóxica en las ciudades ni olor a combustible, sino recorrido por vehículos silenciosos y limpios. Pero ningún sueño sale gratis, y el precio de esta visión climática, paradójicamente, conlleva su parte de contaminación.

La batería de un Tesla Modelo S, por ejemplo, contiene 12 kilos de litio. Y las soluciones eléctricas que se estudian para alimentar los hogares u otros vehículos requerirían mucho más, lo cual ha disparado la demanda global del llamado ‘oro blanco’ en el último lustro. Por eso, según la firma Benchmark Mineral Intelligence, citada por ‘The Wall Street Journal‘, los precios del litio han subido este año un 240%. El ritmo más alto desde que esta empresa comenzó a seguir el precio de este mineral hace cinco años. Otros análisis apuntan en la misma dirección. La compañía Cairn Energy Research Advisors estimó que la producción de litio se multiplicaría por ocho entre 2017 y 2027.

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Y aquí viene la paradoja: extraer litio, tal y como se ha visto en países productores como China o Bolivia, resulta altamente contaminante. En 2016, según ‘Wired‘, cientos de tibetanos arrojaron pescados muertos en las calles de Tangong, una localidad situada junto a unas minas de litio. La superficie del río local, el Liqi, se había llenado de cadáveres de peces. También aparecieron carcasas de grandes animales que habían bebido de sus aguas, contaminadas por los vertidos químicos de la minera Ganzizhou Rongda Lithium.

Algunas veces el litio es relativamente fácil de extraer. En el llamado ‘triángulo del litio’, una región comprendida entre Argentina, Bolivia y Chile, cuyas tierras altas salinas contienen litio a 10 metros de profundidad, lo que hacen los extractores es sacar a la superficie una sustancia rica en minerales, que luego dejan destilar entre 12 y 18 meses hasta que se obtiene carbonato de litio. Es un proceso largo y oneroso, también para el medio ambiente, pues requiere desperdiciar mucha agua. El procedimiento se complica más cuando el litio es de difícil acceso, como en China.

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Pero los escrúpulos ambientales del gigante asiático han sido, en las últimas décadas, notablemente laxos, lo cual ha colocado a China en una situación extremadamente ventajosa. China explota hoy cerca del 10% del litio del mundo, y procesa en torno a dos tercios. No en vano se trata del primer fabricante mundial de tecnología: un 28,7% de los móviles, ordenadores, relojes o cámaras de vídeo, todos ellos objetos que funcionan con baterías, se produce en fábricas chinas. Lo cual otorga a Beijing el control de preciosos suministros y deja a EEUU en una posición vulnerable. La patria de Bill Gates y Steve Jobs solo produce un 1% del litio mundial.

¿De dónde saca EEUU el litio?

Y no es porque EEUU no tenga litio. El subsuelo estadounidense es rico en todo tipo de minerales. De hecho, un supervolcán extinto de Nevada podría acoger las mayores reservas mundiales de litio. El problema es que resulta contaminante explotarlo. A diferencia de los ciudadanos chinos, los estadounidenses tienen derechos y tienen libertad de información. Y los intentos de ponerse manos a la obra, por parte de grandes mineras apoyadas por el Gobierno, se han encontrado con resistencia.

Caso práctico: la empresa Lithium Nevada, subsidiaria de la canadiense Lithium Americas, recibió luz verde de la Administración Trump para empezar a excavar litio en este volcán muerto del norte de Nevada, una zona conocida como el Paso de Thacker. El Gobierno estadounidense había añadido el litio a su lista de ‘minerales importantes’ en 2018, y, por tanto, aligerado las regulaciones y cargas burocráticas para su extracción. Se trata de un recurso estratégico.

La empresa se puso manos a la obra con las planificaciones. Solo excavar la mina llevará dos años de trabajo continuo, las 24 horas del día. Participarán en ello 1.000 trabajadores a quienes se les pagará, como mínimo, cuatro veces más que el reducido salario medio local, de 21.000 dólares brutos anuales. Pasados estos dos años, comenzará el proceso de separar el litio de la arcilla, lo cual requerirá usar casi 3.000 toneladas al día de ácido sulfúrico. El corrosivo producto químico llegará por tren a la localidad de Winnemucca, y de ahí partirá, en camiones, hacia la explotación. Las carreteras locales verían pasar los camiones 200 veces al día.

The Wall Street Journal

Algunos vecinos del Paso de Thacker, sin embargo, no estaban de acuerdo. Una coalición de rancheros y tribus nativas americanas denunció el proyecto, alegando que destruiría el paisaje local, probablemente envenenaría los ríos y, además, iba a suponer la violación de un lugar sagrado de los nativos. Consiguieron frenarlo unos meses, hasta que, el pasado septiembre, un juez desestimó la demanda. Está previsto que los trabajos mineros empiecen a principios de 2022.

Aun así, Estados Unidos tiene mucho terreno que acortar con China. Y no solo en lo que respecta al litio. Las llamadas ‘tierras raras’, 17 minerales presentes en productos tecnológicos como las pantallas planas, los teléfonos inteligentes o las máquinas de rayos X, son un cuasi-monopolio chino. Las tierras raras no se llaman así porque sean difíciles de encontrar. De hecho, sucede al contrario. Se encuentran en los cinco continentes. Lo que pasa es que, como el litio, su extracción es complicada y contaminante. Estos minerales están adheridos a rocas o a otros minerales, y separarlos exige aplicar grandes cantidades de sustancias químicas, como el torio, de las que luego es muy difícil deshacerse.

David Pérez

De nuevo, China decidió pagar un fuerte precio ecológico. Su producción de tierras raras creció un 40% anual entre 1978 y 1995, hasta dominar hoy en día en torno al 95% de su explotación. Los ingenieros chinos inyectan en las rocas voluminosas cantidades de sulfato de amonio o clorato de amonio, obtienen los minerales que buscan y dejan estampas de lagos negros y ríos envenenados.

Como con el litio, los sucesivos gobiernos estadounidenses han mostrado interés por el suministro de estos minerales fundamentales para la vida moderna. Y para la defensa. La Administración Obama añadió dos de ellos, el terbio y el disprosio, a la lista de minerales estratégicos, en 2014. La Administración Trump otorgó subvenciones a las mineras Lynas y MP Materiales para innovar en las técnicas de separación de las tierras raras, en Texas y en California. Cuando Trump sugirió en 2019 que quería comprar Groenlandia, uno de los principales motivos era ese: quizás allí hubiese riqueza geológica suficiente para romper la dependencia de China, que vende a EEUU un 80% de las tierras raras que este necesita, entre otras cosas, para sus misiles guiados, sus bombas, sus aviones de combate… Y sus coches eléctricos.

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