El vuelo rasante de los aeropuertos

Primer vuelo operado por Air Nostrum con destino a Lanzarote desde el aeropuerto de Peinador.

Primer vuelo operado por Air Nostrum con destino a Lanzarote desde el aeropuerto de Peinador. / José Lores

La situación es paradójica. Mientras el turismo tiene una mayor presencia en Galicia, y en consecuencia un peso creciente en la actividad económica, sus aeropuertos, una de las vías preferentes de captación, mantienen un vuelo rasante. Existe un flagrante desequilibrio entre el incremento de los visitantes y la evolución de las terminales, estancadas o creciendo de forma modesta, una situación más inquietante si la comparamos con la trayectoria de nuestro vecino del norte luso, Sá Carneiro.

Los servicios aeroportuarios deberían constituir una prioridad estratégica de quienes dicen perseguir un turismo de calidad –visitantes que dedican más días y gastan más dinero– frente, por ejemplo, al de mochila o autocaravana. Hoy para llegar a Galicia las vías dominantes siguen siendo la carretera y el tren. Así, es lógico que una gran mayoría sean turistas nacionales, mientras que el visitante foráneo todavía se mueve en cuotas minoritarias.

Además, una buena parte de los turistas extranjeros que llegan a nuestra comunidad lo hacen por Sá Carneiro, terminal que ha experimentado un crecimiento exponencial. Su éxito es entendible por razones de impulso económico, pero también por otras de naturaleza organizativa y de gestión. La terminal portuguesa –localizada en la segunda ciudad más grande de Portugal– está recibiendo cada año 37 millones de fondos públicos para sostener e impulsar su actividad. Esos 37 millones multiplican, por establecer una comparación sencilla, por diez el presupuesto de la Concellería de Turismo de A Coruña.

Esa apuesta de lo público por la terminal de Oporto se ha traducido en números espectaculares: ofrece 75 destinos diferentes semanales, tiene una docena de aviones con base en su terminal y mueve casi 16 millones de pasajeros al año.

Si el presente es excelente, el futuro todavía pinta mejor. Este verano ha sumado otras seis rutas y tres aerolíneas nuevas, con conexiones directas a Boston, Montreal o Sao Paulo. Además, prevé invertir 50 millones en mejorar la pista. Su oferta a Madrid y Barcelona es casi equiparable a las de las tres terminales gallegas. Y, un dato vital, todo a unos precios extremadamente competitivos. Porque el motor de Sa Carneiro son las compañías low cost (con Ryanair, EasyJet y Wizz al frente).

Con un crecimiento anual del 4,5% en sus tráficos, ANA, el gestor de los aeropuertos de Portugal, estima, quizá llevado por la euforia, que el techo de Sá Carneiro estaría en los 40 millones de pasajeros al año.

Mientras Oporto no deja de moverse, con una voracidad comercial insaciable, la promoción de los aeropuertos gallegos oscila entre la inacción y las ocurrencias

Sin embargo, el secreto de la terminal portuguesa no reside exclusivamente en la combinación mágica de subvención y avalancha de vuelos low cost. Detrás de su éxito, o no tan detrás, está una estrategia sostenida en el tiempo, no sujeta a bandazos políticos o cambios de color en los gobiernos municipales. Y, sobre todo, a una política comercial tan agresiva como profesionalizada. Dicho de forma sencilla: Sá Carneiro está dirigido por gestores profesionales que son responsables de su administración y funcionamiento. Hay un gerente y un equipo que planifican, diseñan captan y controlan, y a los que se le exigen responsabilidades.

En esta situación, es comprensible que Sá Carneiro se haya convertido para muchos gallegos, especialmente los residentes en el sur, en su aeropuerto de referencia. Estos dos datos ayudan a entenderlo: una veintena de autobuses de cuatro compañías conectan cada día Vigo con la terminal portuguesa. La eclosión de los parkings low cost alrededor de la pista portuguesa es otro formidable incentivo. Aunque no hay una cifra oficial, se calcula que cada año 1,5 millones de gallegos utilizan la terminal portuguesa. Imaginémonos por un momento a un Sá Carneiro conectado con Vigo por un tren de Alta Velocidad.

Mientras Oporto no deja de moverse, con una voracidad comercial insaciable, la promoción de los aeropuertos gallegos oscila entre la inacción y las ocurrencias, entre la ausencia de autocrítica y la protesta contra terceros. Falta una concepción estratégica. En primer lugar, del Gobierno. Mientras ANA, el gestor aeroportuario portugués, está muy presente en el desarrollo de sus terminales, en España el ministerio de Transportes y AENA, que tiene como una de sus prioridades la planificación estratégica del desarrollo aeroportuario, están desaparecidos. Parece que su única preocupación son mimar a las terminales de Madrid y Barcelona, a las que no paran de inyectar millones y millones.

AENA y las respectivas direcciones de los aeropuertos gallegos tienen la obligación de ponerse las pilas y dejar de actuar como meros burócratas, indiferentes al número de viajeros, conexiones o compañías, como si eso no fuesen con ellos. Deben dejar su papel de simples observadores y ponerse a remar.

La Xunta también tiene mucho que decir. El Gobierno gallego intentó hace años, aunque con escasa pujanza y convicción, poner de acuerdo a las tres ciudades gallegas con terminal. La reunión, mal diseñada y peor ejecutada, acabó en un sonoro fracaso. Y desde entonces se ha limitado a mantenerse al margen. Y no es así.

Se hace preciso recordar en este punto que fue la propia Xunta –con los populares Manuel Fraga y Alberto Núñez Feijóo, pero también con el socialista Emilio Pérez Touriño– la que reventó el mercado gallego al subvencionar vuelos, de forma tan arbitraria como descarada, en el aeropuerto compostelano de Lavacolla. Ese es el origen de lo que desde la Xunta se ha tildado de localismo aeroportuario. Ese fue el punto de partida de una alocada carrera municipal por atraer con subvenciones a compañías que vieron en esta competencia insensata el modo de hacerse con un botín imprevisto, fijando precios y condiciones fuera de mercado. Ya se sabe que cuando muchos quieren lo mismo, los precios automáticamente suben. Así ha sido.

La Xunta no puede desentenderse de los aeropuertos gallegos y dejar que la situación se pudra más. Debe actuar. Primero con transparencia. Si está subvencionando a Santiago –de forma directa o indirecta–, como denuncia el alcalde de Vigo, Abel Caballero, debe desistir ya. Si no lo está haciendo, como replica el propio Gobierno gallego, esto no obsta para que active un plan de incentivos y ayudas a las terminales para captar más compañías, destinos, vuelos y frecuencias. Con criterios claros y objetivos. Y todo dentro de una estrategia de turismo de largo alcance. No sería una subvención a fondo perdido, sino de una inversión con evidentes retornos, en proyección de imagen e impacto económico. Entre la nada y el todo, hay mucho de margen de maniobra.

En este sentido, las Diputaciones, en lo que concierne al sur de Galicia, la Diputación de Pontevedra, debe coadyuvar al desarrollo de Peinador. Si la promoción turística es uno de sus ejes de actuación estelares, no se entiende el desistimiento actual. La Diputación contribuyó durante años a fomentar los vuelos a Vigo, y es imprescindible que retome esa colaboración, vital en la proyección y el dinamismo de nuestro territorio. No olvidemos que Peinador no es el aeropuerto de Vigo, sino de todo el sur de Galicia.

Pero los gobiernos municipales también tienen su gran cuota de responsabilidad. La planificación ha brillado por su ausencia. Se sigue trabajando con lamentable improvisación, una visión que solo encarece el producto. El resultado es, por ejemplo, que a la escasa oferta se le suma la duplicidad y triplicidad de destinos. Galicia no solo ofrece limitadas posibilidades de volar, sino que estas opciones idénticas. En especial, se echan en falta las conexiones internacionales. Los gallegos quieren huir de las escalas en Madrid o Barcelona, aeropuertos abonados al colapso y al caos. Más cuando planifican escapadas de tres o cuatro días. Oporto vuelve a ser aquí la terminal beneficiaria.

Es imprescindible una profesionalización de la gestión municipal aeroportuaria. Alejar la política de los aeropuertos para que la lleven verdaderos profesionales que trabajen en el corto, pero también en el medio y en el largo plazo. Debe haber un responsable que negocie con las aerolíneas privadas y con instituciones públicas, que diseñe un mapa de rutas coherente y atractivo, que planifique y al que se le puedan rendir cuentas. Un referente.

Mientras se mantenga la política del reproche al adversario, la crítica al rival, la cultura de la improvisación y la falta de estrategia, nuestros aeropuertos seguirán a la deriva y sin levantar el vuelo. Un error histórico porque, a la vista de la extraordinaria salud del turismo, se dan las condiciones objetivas para un espectacular despegue. Hasta que eso no ocurra las terminales gallegas seguirán al ralentí y fortaleciendo su penoso estatus: ser la muleta de Oporto.

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