Encrucijada atómica en la UE: ¿ha llegado la hora de considerar ‘verde’ la energía nuclear?

A principios de septiembre, coincidiendo con los primeros compases de la crisis energética que ha acabado poniendo a Europa contra las cuerdas, algo extraño ocurría en los mercados energéticos. Los futuros del precio del uranio, el principal combustible nuclear, se disparaban alcanzando cifras no vistas desde el desastre de Fukushima en 2011. Análisis financieros revelan que muchos de los inversores que impulsaron esta subida de la cotización se inspiraron en una narrativa cada vez más repetida en redes sociales como Twitter o Reddit, una que vaticina un “renacimiento nuclear” que marcará una transformación radical en la producción de energía.

No hay que irse tan lejos, la opinión de los lectores de ese mismo periódico es tan buen ejemplo como cualquier otro rincón de la red. En un reportaje publicado a finales del mes pasado sobre el desequilibrio entre la oferta y la demanda mundial de gas, la gran mayoría de los comentarios apuntaba en una misma dirección: la opción nuclear debe regresar a la primera línea de batalla energética.

Los partidarios de esta energía defienden que es segura, libre de emisiones y una pieza clave para reducir la dependencia de Europa de las importaciones de energéticas, protegiéndola así de la volatilidad de los precios. Del otro lado, sus críticos argumentan que es excesivamente cara, produce residuos radiactivos y depende de un combustible no renovable. No es un debate nuevo, pero la crisis energética surgida de la escasez de gas ha llevado este enfrentamiento al que puede ser su punto más álgido de la última década. Y en ningún lugar se está viviendo una discusión más feroz —ni más transcendente— respecto al futuro de la energía nuclear como en el seno de la Unión Europea.

¿Nuclear y verde?

Como telón de fondo de este choque se encuentra la llamada “taxonomía verde”, una clasificación que determina a nivel comunitario qué activos son buenos para el medio ambiente con el objetivo de priorizar la inversión del capital privado en unos sectores frente a otros. Las actividades económicas incluidas en esta taxonomía tienen que hacer una contribución “sustancial” al menos a un objetivo de la política climática de la UE y evitar, al mismo tiempo, dañar significativamente cualquiera de los demás. Estos objetivos son la mitigación y adaptación al cambio climático, el uso sostenible y la protección de los recursos hídricos y marinos, la transición a una economía circular, la prevención y el control de la contaminación y la protección de ecosistemas saludables.

De ahí surge la cuestión que divide al continente: ¿debe la energía nuclear estar incluida en esta lista? La batalla está servida. Una decena de Estados miembros, con Francia a la cabeza, están presionando por ello. “Lideraremos esta lucha con la mayor determinación posible —expresó en abril el ministro francés de Economía, Bruno Le Maire—, necesitamos la energía nuclear para lograr la transición ecológica”.

Javier Brandoli. Roma

El interés galo no es de extrañar. Francia es el país europeo que más se apoya en este tipo de energía y hasta un 70% de su producción eléctrica es nuclear, el triple del 23% español. Esta generación está estrechamente vinculada a Électricité de France (EDF), una compañía estatal con una deuda neta de más de 40.000 millones de euros que necesita atraer toda la inversión posible y que, ante todo, es una fuente de orgullo galo. “EDF tiene una importancia clave para la identidad francesa. Fue creada tras la Segunda Guerra Mundial y fue un símbolo de la acción estatal en la economía para reconstruir una Francia destruida por las bombas nazis”, apunta Thomas Pellerin-Carlin, director del Centro de Energía del Instituto Jaques Delors.

Del otro lado del debate se encuentran los gobiernos de Alemania, Austria, Dinamarca, Luxemburgo y España, que han manifestado su oposición a que la energía nuclear reciba apoyos fiscales como si fuera una renovable más. “Nos preocupa que la inclusión de la energía nuclear en la taxonomía perjudique su integridad y credibilidad y, por tanto, su utilidad”, manifestaron ministros de estos países en una carta enviada a la Comisión Europea el pasado mes de junio.

Todavía se desconoce hasta qué punto la taxonomía va a ser utilizada. La clasificación importará más o menos dependiendo de lo en serio que se la tomen las autoridades públicas y los inversores privados. Su impacto, en última instancia, podría ser más político que económico. “Si la taxonomía no incluye la energía nuclear y esta clasificación es utilizada ampliamente en un futuro, podría producirse una reducción de su financiamiento privado. Pero ni siquiera eso consistiría un problema tan grande, ya que la energía nuclear depende principalmente de la financiación pública”, señala Pellerin-Carlin en entrevista con El Confidencial. El verdadero problema, agrega, será “si los estados dejan de subvencionarla”.

Agencias

La decisión respecto a la taxonomía ha sido retrasada en varias ocasiones por su naturaleza polémica y actualmente está programada para principios de diciembre. Una nueva postergación beneficiaría a Francia, quien asumirá en enero la presidencia rotatoria del Consejo y contará a partir de entonces con una posición privilegiada para influir en la agenda de Bruselas. Está por ver si Macron dará su brazo a torcer —y si Alemania logra incluir el gas en la lista, su propia batalla personal—, pero lo cierto es que incluso el mayor bastión europeo de la energía nuclear va camino de reducir su uso.

Un giro difícil y a contrarreloj

Si bien su inclusión en la taxonomía verde europea podría suponer un importante guiño para la energía nuclear, por sí mismo sería insuficiente para revertir su decadencia. En 2017, el Gobierno galo estableció el objetivo de disminuir la proporción nuclear en la combinación energética de Francia hasta un ​​50% para 2025. Esto ya ha dado lugar al cierre de los dos reactores de la central de Fessenheim, cuyo desmantelamiento podría prolongarse hasta 2041. Alemania, por su parte, planea clausurar su última planta nuclear a finales de 2022. Las centrales españolas también tienen los días contados, con las clausuras programadas de sus actuales siete reactores desde 2027 (Almaraz) hasta 2035 (Trillo).

“En la mayor parte de los países del mundo, lo que se está produciendo lentamente es un abandono de la energía nuclear”

La generación de electricidad en centrales nucleares situadas en los 27 Estados miembros disminuyó un 16,3% entre 2006 y 2019, según datos oficiales. A escala global, esto no es ninguna anomalía, sino la norma. El ‘Informe sobre el estado mundial de la industria nuclear 2021‘, publicado a finales de septiembre, revela que este tipo de energía constituye una proporción cada vez menor de la producción eléctrica mundial: “La participación de la energía nuclear en la generación bruta de electricidad mundial continúa su descenso lento, pero constante, desde un máximo del 17,5% en 1996 hasta un 10,1% en 2020”.

En el mundo se siguen planificando y construyendo nuevos reactores, especialmente en China e India. Pero, como señala Antonio Turiel, investigador en el Instituto de Ciencias del Mar del CSIC y experto en energía, “en la mayor parte de los países del mundo, lo que se está produciendo lentamente es un abandono de la energía nuclear”. La razón, a menudo, es una simple cuestión económica. Frente a la caída de los costes de la energía producida a partir de fuentes renovables, como la solar y la eólica, es difícil que la demanda de la nuclear —cuyo coste se ha mantenido elevado a lo largo de las décadas y no tiene perspectivas de reducirse— repunte.

El tiempo no corre a favor de lo nuclear. Las perspectivas de esta fuente energética dependen de decisiones que todavía deben ser tomadas respecto a los reactores existentes y las futuras construcciones de plantas. El principal problema es que las centrales nucleares en Europa y Estados Unidos tienen, en promedio, más de 35 años de edad, y la mayoría de los 440 reactores del mundo planean cerrar en las próximas décadas. “Sin cambios de política, las economías avanzadas podrían perder el 25% de su capacidad nuclear para 2025 y hasta dos tercios de ella para 2040”, calculó la Agencia Internacional de la Energía (AIE) en 2019.

Por ello, expertos como Horst-Michael Prasser, uno de los físicos pronucleares más importantes de Suiza, advierten que es necesario mover ficha lo antes posible. Un futuro que excluya la energía nuclear, argumenta en entrevista con este periódico, probablemente requerirá de un mayor uso de gas natural e incluso de carbón. “Hay que tomar las decisiones ahora. Lo necesitamos ahora mismo. No podemos esperar a tener reactores de cuarta generación, es imposible. Si por mí fuera, actualizaría todas nuestras centrales nucleares y aplicaría las medidas de seguridad necesarias para extender su vida útil hasta los 60 u 80 años”, expone.

Él, junto a otros defensores de la opción nuclear, apunta a una evidencia difícil de rebatir. Reemplazar la energía basada en combustibles fósiles con un 100% de energías renovables requeriría de tal cantidad de elementos escasos y difíciles de extraer, como el litio y tierras raras (componentes necesarios para la manufacturación de baterías y placas solares), que la demanda sería inasumible. Esto, sin tener en cuenta el masivo espacio e inversión necesarios para el almacenamiento energético. “La energía nuclear tiene que estar en el ‘mix’ de electricidad. Soy demasiado realista como para creer que se puede tener una transición ecológica sin invertir en nuclear, es imposible”, sentencia el físico suizo.

Lucas Proto

Prasser critica que “todo el mundo quiere reducir el CO₂ , pero se olvida de los otros impactos al medioambiente, como la minería de litio y de tierras raras, que usa minas gigantescas en comparación con las de uranio y mucho más dañinas para el ecosistema”. Dada la necesidad de eliminar combustibles fósiles, el físico compara la energía nuclear con un tratamiento de quimioterapia a un paciente de cáncer: “No es divertido y hay que hacerlo con muchísimo cuidado, pero no queda otra que hacerlo”.

La opinión pública, intimidada tras accidentes como los de Chernóbil o Fukushima, es considerada como la principal limitante de la proliferación de la energía nuclear. Críticos señalan, sin embargo, que, incluso en países donde la opinión pública está mayoritariamente a favor —como Francia—, el principal problema para la construcción de nuevas centrales nucleares es el mismo que en el resto de Europa: su coste. “La construcción de centrales nucleares recibe, en muchos casos, subvenciones de los estados, porque los costes de construcción son cuantiosos, en ocasiones varias veces mayores que los costes anunciados al principio”, sostiene Turiel en su libro ‘Petrocalipsis’.

El enorme precio de las centrales nucleares, no obstante, tiene truco. “Son tan caras precisamente porque requieren de una enorme inversión en medidas de seguridad para convencer a la opinión pública de que la energía nuclear puede ser segura”, matiza Pellerin-Carlin.

La innovación, todavía lejos

Con alrededor del 75% de las centrales nucleares en las economías avanzadas rumbo a superar los 50 años de antigüedad para 2040, la previsible oleada de jubilaciones ha llevado a muchos partidarios de la energía a depositar sus esperanzas en el desarrollo de tecnologías innovadoras que revolucionen el sector. Sin embargo, ninguna de estas innovaciones ha logrado consolidarse hasta la fecha, y la mayoría afronta todavía desafíos monumentales para lograr presentarse como alternativa a los reactores tradicionales.

Por ejemplo, China se encuentra actualmente a punto de ensayar un reactor nuclear de torio, un elemento mucho más común y disponible que el uranio y que, tras ser procesado, deja residuos comparativamente mucho menos tóxicos. En teoría, una tecnología basada en el uso de sales fundidas para controlar el calentamiento del reactor promete abrir la puerta a un esperanzador futuro nuclear. Pero del dicho hay hecho hay un proverbial trecho. “No es un diseño nuevo. Los canadienses ya habían experimentado con él, por ejemplo. En el mundo ya se han probado una docena de reactores de neutrones rápidos”, explica Turiel, quien indica que este tipo de tecnología se conoce desde hace cerca de 80 años. “Y no se ha conseguido hasta la fecha que tengan viabilidad comercial. A mí no me parece mal que se experimente, pero es eso: un experimento”, sentencia el experto.

“Lo que tenemos hasta la fecha son simples prototipos o experimentos. Estamos lejísimos”

Otra tecnología que a menudo sale a relucir a la hora de hablar del futuro del sector es la fusión nuclear. Considerada como una especie de santo grial de la investigación energética, representa —de nuevo, en teoría— una fuente de energía casi ilimitada, limpia, segura y autosuficiente. El concepto es simple y los científicos llevan décadas teorizando al respecto. A diferencia de los reactores tradicionales, basados en separar el núcleo de un átomo (fisión), la fusión consiste en unir dos núcleos ligeros para formar uno más pesado, liberando una enorme cantidad de energía en el proceso.

Sin embargo, por prometedora que resulte esta posibilidad, hay una broma recurrente en el sector energético que resume el mayor problema de la tecnología: “Siempre estamos a 50 años de lograr la fusión nuclear”. Los avances han sido escasos, especialmente teniendo en cuenta los monumentales desafíos que deben ser resueltos antes de que un reactor comercial de este tipo vea la luz del día. “Lo que tenemos hasta la fecha son simples prototipos o experimentos. Estamos lejísimos”, resume el investigador del CSIC.

Carlos Santamaría*

Una innovación mucho más inminente y establecida en el sector nuclear son los llamados reactores modulares pequeños (SMR, por sus siglas en inglés), los cuales están siendo desarrollados actualmente por más de 70 compañías alrededor del mundo —entre ellas la británica Rolls-Royce y la estadounidense Terrapower, cofundada por Bill Gates—. Estos reactores son capaces de producir cerca de un tercio de la energía generada por uno tradicional, pero son más fáciles de fabricar en masa y transportar para su ensamblaje.

Sus impulsores aseguran que agilizaría la construcción de centrales y rebajaría su coste prohibitivo. Sin embargo, no existe hasta la fecha un consenso respecto a estas supuestas ventajas. De hecho, múltiples estudios han concluido que el precio de la electricidad producida por los SMR podría llegar a ser más alto que el generado por los reactores tradicionales. En cualquier caso, la atención que esta tecnología está recibiendo por parte de los gobiernos es, a fecha de hoy, todavía marginal. Francia anunció esta semana que destinará 1.000 millones de euros al desarrollo de reactores modulares pequeños, una minucia comparado con lo que las empresas privadas llevan años invirtiendo en la tecnología. Sin avances significativos a la vista en el momento en el que más necesarios son, la energía nuclear corre el riesgo de tener más pasado por detrás que futuro por delante.

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