Los asesinos de Brabante-Capítulo 1: así se forja un trauma nacional (1982-1984)

Eran tres tipos. O no. ¿Sus nombres? Desconocidos. Sus apodos, sin embargo, son demasiado conocidos para los belgas tras décadas escuchándolos. Sus caras son un misterio a pesar de que serán vistas por millones de personas a través de retratos hechos por los investigadores. Serán conocidos como el Gigante, el Asesino y el Viejo. Pero todavía no lo saben. Ni los protagonistas ni el resto del país que vivirá obsesionado con ellos los próximos años. Esta es una historia que tiene más preguntas que respuestas. Muchas más. Desde el primer minuto.

No pasan por Groenendael, un puente clave para ir de Wavre hacia Bruselas, la capital de Bélgica. En ese punto hay un control policial, pero no cruzan ese viaducto. No parecen ir nerviosos a pesar de lo que acaban de vivir. Hace solamente unos minutos, a las 10:30 de la mañana del 30 de septiembre de 1982, han entrado en el número 32 de la rue du Bruxelles, en Wavre, cerca de la capital belga. Es una armería propiedad de Daniel Dekaise, que tiene clientes habituales, casi parroquianos. Dos de ellos están en el local cuando entran dos asaltantes que, de forma muy violenta, llenan de material dos mochilas de deporte negras. Un viandante avisa a un policía que está en la misma calle. Se llama Claude Haulotte, volvió ayer mismo de una baja y está a punto de morir. El agente aparca su coche cortando la calle, saca su arma y se coloca detrás de unos automóviles frente al número 32. Los asaltantes salen de la armería y, tras un intercambio de disparos, hieren a Haulotte. La demostración de que no son unos simples ladrones llega de inmediato. El agente de policía está neutralizado y tumbado en el suelo mojado. Ya no es un peligro. Podrían marcharse sin más. Pero no. Uno de ellos se acerca y ejecuta a Haulotte a sangre fría. Una bala de 7.65 milímetros que cruza, de derecha a izquierda, el cráneo del policía a la altura de los oídos.

Nacho Alarcón. Bruselas

Apartan el coche del policía. Huyen. Un coche de la gendarmería intenta cortarles el camino más adelante, pero el automóvil de los asaltantes consigue escapar disparando a los agentes de seguridad. Por la dirección que toman, tienen que pasar por el puente de Groenendael. Pero no pasan por allí. Durante años, la investigación va a tener ese punto como muy relevante: aquel primer día, huyen por otro lugar que no es el puente de Groenendael, porque allí hubo un control policial y el coche azul en el que huyen no pasa por allí. ¿Por dónde, entonces? La respuesta es sencilla. Nunca hubo un control en ese lugar. Era tan obvio que era necesario establecer uno allí que la policía dio por hecho que había existido. Pero muchos años después se descubre que no, que nunca estuvo allí, sino que estuvo en un punto en el que no se podía controlar el paso por el puente. Quizá, si la policía hubiera establecido el control en el lugar adecuado, José no hubiera aparecido asesinado en su cama unos meses después. Y 26 personas más no habrían muerto.

Aquella mañana una banda de asesinos estaba ya actuando. Su camino no comenzó aquel día. Empezó antes, con otros robos en armerías y de automóviles. Lo que arrancó esa mañana fue el contador de asesinados y un carrusel de errores policiales y de investigación, uno tras otro, que terminaron años después en el silencio sepulcral del fondo de un canal. Ellos son los conocidos como asesinos de Brabante, un trauma nacional que no se entiende sin la incompetencia y chapucería de las autoridades belgas. Algunos sospechan que con su inacción. Esta es una historia que 40 años después sigue sin un final.

La policía belga de estos años vive en una auténtica guerra entre los distintos cuerpos de seguridad. Bélgica es un país dividido en dos todavía hoy: una mayoría que habla flamenco y una minoría francófona (con una pequeña comunidad alemana en el este). Son dos estancos que no se mezclan. Esa tensión y esa división también se trasladan a la policía, que compite, se pone la zancadilla y se ataca. Esas luchas entre las distintas autoridades también contribuirán a toda la cadena de errores, interferencias e inacciones que hacen posible el misterio de los asesinos de Brabante.

A la sombra de un castillo

Los acontecimientos de Wavre son solamente el principio. Su primera víctima mortal. La primera de muchas. Todas ellas tenían una cosa en común: estaban en el lugar equivocado en el momento erróneo. Salvo una o quizá dos. En todo el historial de asesinatos de la que también se conoció como banda de Nivelles, por la zona en la que solían actuar, hay claramente una persona a la que buscaron asesinar con especial violencia, y otra víctima a la que parecieron buscar específicamente, pero que asesinaron sin aparente saña.

La mañana del 23 de diciembre de 1982, unos meses después de lo ocurrido en la armería de Wavre, Marc Vanden Eynden toca el claxon en la puerta del Auberge du Chevalier, un restaurante situado en el número 65 de la Lotstraat, prácticamente en el jardín del magnífico castillo de Beersel, una edificación muy bien conservada, a unos 15 minutos de Bruselas. Marc trabaja como cocinero en el local y su padre vive en la primera planta.

María Zornoza. Bruselas

Pero José, su padre, no aparece. Marc baja del coche y llega hasta la puerta de atrás del restaurante, por donde se entra a la cocina. Está forzada. Cuando entra en el restaurante no lo hace preocupado, lo hace enfadado. Piensa que su padre es un cobarde. En la noche del pasado 30 de noviembre al 1 de diciembre ya habían robado en el restaurante y José, de 72 años, decidió quedarse quieto en su habitación, en el primer piso, y no bajar. Marc lo abroncó, porque el dueño del local, Jef Jurion, una leyenda del fútbol belga que jugó en el Anderlecht, había invitado a José, un antiguo taxista y amigo personal del jugador, a que viviera en el primer piso precisamente para que hubiera presencia en el local y evitar otro robo después de uno que había ocurrido un año antes, en diciembre de 1981.

Lo que Marc se encuentra en la habitación de su padre, adornada con banderas y bufandas del Brujas, el club del que es fan, es grotesco. José fue torturado antes de recibir entre seis y ocho tiros en la cabeza. La información de la investigación es tan confusa que es difícil determinar cuántos disparos recibió. En la planta baja, la cocina está patas arriba: tras torturar al anciano y ejecutarlo, los asesinos se dan un festín. Más allá del castillo de Beersel, alrededor de lo que hoy es el restaurante Kasteel Beersel, solamente hay una casa cuyo dueño explica a los investigadores que no escuchó nada, pero que sí vio salir un coche blanco del aparcamiento al borde de la medianoche.

El asesinato de José se irá convirtiendo en especial porque los investigadores veían en él una actitud que no existirá en los demás. Los asesinos actuarán con tres motivaciones distintas: robar vehículos para desplazarse por la zona en la que actúan; robar armerías, donde se hacen con material, y robar en grandes superficies donde disparan de forma indiscriminada en hora punta. En los dos últimos tipos de actuación, mataban con total gratuidad. Robando coches asesinaron solamente en una ocasión. Pero, en el caso de Vanden Eynde, no encaja en ninguno de esos tipos de actuaciones. No había sido casualidad. Habían ido a Beersel, lo habían torturado y lo habían asesinado con especial saña.

Pablo D. Almoguera. Málaga

Durante mucho tiempo, los investigadores siguieron la pista dada por el hijo de José en 1985, que identificó su asesinato con “una venganza desde España”. Marc defendió que su padre tenía una relación muy estrecha con Léon Degrelle. ¿Quién era Degrelle? Fundador del llamado Frente Popular Rex, un movimiento ultracatólico y fascista, Degrelle participó como voluntario en la Segunda Guerra Mundial, cooperó con el nazismo y, en 1945, perdido todo, se trasladó a Fuengirola. Murió en 1994 en Málaga. José era un tipo de extrema derecha que, de hecho, aparentemente había participado en la guerra civil española. Su hijo defiende que José tenía una estrecha relación con Degrelle y se carteaban. ¿Quizá sabía algo que no tenía que saber y lo pagó con su vida? El chico de los recados del líder fascista belga ha señalado que eso no es cierto, que nunca hubo esa correspondencia que defiende el hijo de José.

Durante mucho tiempo, el asesinato de Vanden Eynde parecía ser una pieza clave. Si se demostraba que había una clara vinculación con la extrema derecha había al menos un móvil, no simples asesinatos sin conexión ni aparente sentido. Sigue siendo un punto que interesa especialmente a los investigadores. A partir de este momento, de la tortura y asesinato de José, las apariciones del grupo son más habituales y más violentas.

Hay quizás otra posible conexión. Menos de un mes después de encontrar el cadáver de Vanden Eynde, unos 500 taxistas caminan hacia la iglesia de Sint-Niklaaskerk, un templo ortodoxo griego situado en la rue du Progrès, en el barrio de Saint-Josse-ten-Noode, en Bruselas. Acompañan el féretro de Constantin Angelu, un taxista nacido en Atenas que en la madrugada del 9 de enero de 1983 toma una decisión fatal. Sentado en la cafetería que su amigo Themistocklis tiene en la avenue de l’Hippodrome, Constantin se levanta dispuesto a hacer algunas carreras más esa noche: no ha ingresado suficiente. Lo que ocurrió a continuación, según los investigadores, fue que el taxista recogió a algunos viajeros en la popular plaza Flagey del barrio de Ixelles. Más o menos cinco kilómetros después, debió notar un metal frío en su nuca. El pasajero que llevaba en su asiento trasero le encañonó y le ordenó que se apartara de la carretera principal. Después le disparó.

Nacho Alarcón. Bruselas

Su cuerpo no se encontraría hasta el día 12 de enero, en el maletero de su Mercedes negro, en el centro de Mons, a unos metros del consulado francés. Constantin trabajaba para la misma empresa de taxis para la que en el pasado había trabajado José antes de retirarse y aceptar el trabajo que le habían ofrecido en el Auberge du Chevalier.

La policía considera que el hecho de que Vanden Eynde y Constantin trabajaran para la misma empresa de taxis fue una coincidencia. Así ocurre una y otra vez a lo largo de la investigación. Hay callejones sin salida, pistas que no llevan a ningún sitio, caminos que repentinamente se cortan. Muerto tras muerto, los asesinos actúan con aparente impunidad, sin que las autoridades parezcan siquiera acercarse. Es muy difícil hacer una reconstrucción de los hechos porque estos cambian cada poco tiempo, las investigaciones fueron chapuceras y en 2017 el ministro de Justicia admitió que había “tentativas evidentes de manipular la investigación”. La historia de los asesinos de Brabante está, incluso hoy, cubierta por una espesa neblina.

En otro ejemplo de las chapuzas de la investigación policial, a pesar de que una persona dijo haber visto a un grupo alrededor de un taxi color negro y marca Mercedes en la carretera de Mons desde Anderlecht a las dos de la madrugada del 9 de enero, con otra persona siendo arrastrada por el suelo, dicho testimonio no se tuvo en cuenta hasta 1985, más de dos años después. Cuando se quiso volver a tomar declaración al testigo, este ya no recordaba con exactitud los hechos. Lo peor estaba por llegar.

Jacek Hugo-Bader

Asesinos de compras

Todavía no han actuado en su escenario favorito. Sí, roban muchos coches y muchas armerías, lo que hace que hasta ese momento una de las teorías es que sean células terroristas que buscan conseguir material. Pero todo cambia después. Porque donde más actúan, donde más muertos dejan, es en otro tipo de actuaciones: en los supermercados. Los objetivos de los dos primeros escenarios parecen claros: armarse y contar con automóviles para moverse por el país. El objetivo del último de los escenarios parece mucho menos sencillo, porque en la mayoría de los casos los botines son absurdos y actúan en plena hora punta. ¿Quieren aterrorizar a todo un país?

Un mes después del asesinato de Constantin, ya en febrero, los asesinos de Brabante hacen su primera aparición en un escenario que será habitual: la cadena de supermercados Delhaize, todavía hoy la más popular del país y que sigue ofreciendo 250.000 euros a quien dé una pista que permita llegar hasta los autores de esa serie de asesinatos. Ese día, 11 de febrero, sobre las siete y media de la tarde, nadie muere en el supermercado que está situado en el número 13 de la avenue Albert Ier, en Genval. No será lo normal en este tipo de atracos, donde se disparará de forma indiscriminada.

Ese mismo mes, el día 25 de febrero, atracan también el Delhaize en Uccle, un barrio acomodado de Bruselas. Vuelven a robar. Disparan contra los estantes y uno de los asesinos persigue y dispara en la rodilla a una persona que intenta correr a una gasolinera próxima al supermercado para pedir ayuda. Unos días después, el 3 de marzo, atracan un Colruyt, otra popular cadena de supermercados en Bélgica. Vuelven a usar un ‘modus operandi’ similar. De nuevo, actúan de manera muy agresiva, disparando sus armas para aterrorizar a los clientes. Esta vez el encargado que les guía hasta las oficinas y les entrega el botín aparece asesinado con un tiro en la cabeza.

Jacek Hugo-Bader

Las noticias volaban. Los belgas comenzaban a estar asustados porque las informaciones eran, de hecho, preocupantes. Todavía no había habido un gran derramamiento de sangre, aunque en el Delhaize de Uccle había sido asesinado el encargado y habían disparado a otra persona. Pero la situación era ya lo suficientemente alarmante. Los medios de comunicación belgas entraron en una espiral, un goteo incesante sobre los asesinos de Brabante que se convirtieron en invitados habituales a las páginas de los periódicos y a los boletines informativos de la televisión.

Pero si hay una fecha que marca todos estos acontecimientos, que hace que a la banda se les acabe conociendo en el mundo francófono belga como los asesinos locos de Brabante, esa es el 17 de septiembre de 1983. La masacre de Nivelles. De madrugada, entran en unos grandes almacenes. Suenan las alarmas. Llega la policía. Uno de los agentes muere, el otro sobrevive haciéndose el muerto.

Llegan refuerzos que encontrarán dos cadáveres más: Jacques Fourez, un hombre de negocios de 49 años, y su pareja Elise Dewit, de la misma edad. ¿Qué tenían de especial? Que habían parado a repostar en una gasolinera junto al Colruyt de Nivelles en su camino de vuelta a su casa en Uccle tras salir esa misma noche desde París.

Pablo D. Almoguera. Málaga

Tres muertos y un herido grave. La actuación más sangrienta hasta el momento. El botín, al menos, tendría que ser importante. ¿Qué roban en el Colruyt de Nivelles que merezca la pena un enfrentamiento directo con la policía y que dejó tres muertos? Varios kilos de café, varias latas de aceite de maní y de maíz y bombones. Nada encajaba, nada tenía sentido.

Es a finales de 1983 cuando el público belga y algunos de los mejores informados sobre la investigación empiezan a sospechar que los asesinos de Brabante no son simples ladrones. Que saben disparar, están muy coordinados, en ningún momento pierden la calma y no rehúyen bajo ningún concepto el enfrentamiento directo con la policía. En septiembre, asesinan a un hombre en una fábrica en Temse y se dirigen directamente a unas cajas que contienen chalecos antibalas de alta tecnología, un proyecto que no era conocido por muchos. Los nudos con los que atan y torturan a Vanden Eynde en Beersel no son de aficionados. Asesinan sin miramientos a cambio de botines no muy importantes en grandes superficies y a hora punta. Muchos sospechan que se trata de un grupo terrorista con alguna agenda política. La principal sospecha es que se trata de una célula de extrema derecha que busca desestabilizar el país.

En semanas siguientes al incidente de Nivelles, se detiene a dos sospechosos, uno de ellos un gendarme, creyendo que están detrás de los asesinatos. Parece que la banda de Nivelles ha quedado desarticulada. Pero el 1 de diciembre de 1983, tras bajar la guardia ante la detención de los dos sospechosos, Jean Szymusik y Maria Krystina Slomka, una pareja de polacos que tienen una joyería en la rue de la Station en Anderlues, al sur de Bélgica, son asesinados. Las armas se han utilizado ya en otros crímenes. El coche, un Golf, es el que la banda roba unos meses antes en un restaurante asesinando a una persona en el acto. La banda de Nivelles no está detenida. O son más de los que se cree. Los asesinos de Brabante ya eran a finales de 1983 un trauma nacional. En los siguientes 40 años, se convertirán en la sospecha nacional.

Source Link Los asesinos de Brabante-Capítulo 1: así se forja un trauma nacional (1982-1984)

OBTENGA UNA MUESTRA GRATUITA

La contactaremos lo más rápido posible.