Ni China ni Hungría, pero sí Pakistán: EEUU celebra su primera cumbre de democracias

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, había prometido regenerar las energías democráticas en su país y en el mundo. Cuidar las instituciones, la libertad y los derechos fundamentales frente al envite del populismo y de naciones como China y Rusia. Esta es la misión oficial con la que su Gobierno acoge virtualmente, este jueves y viernes, la Cumbre para la Democracia: un encuentro de 109 países a los que se invitará a firmar una serie de compromisos, no vinculantes, en tres apartados: lucha contra la corrupción, defensa contra el autoritarismo y promoción de los derechos humanos. Una reunión que, sin embargo, despierta dudas por tres motivos.

El primero, que la elección de los invitados no parece obedecer a criterios democráticos. Entre las 109 naciones están Pakistán y Filipinas: dos países acusados por el propio Departamento de Estado, organizador de la cumbre, de perpetrar “asesinatos ilegales y arbitrarios”, entre otras violaciones de derechos humanos. Hungría, en cambio, pese a ser miembro de la OTAN y de la Unión Europea y no incurrir, como Pakistán, en ejecuciones extrajudiciales, “tráfico de personas” y “severas restricciones a la libertad religiosa”, no ha pasado el corte. Y le ha dolido.

EFE

El Gobierno del autoritario presidente húngaro, Viktor Orbán, ha dicho que se trata de un gesto “irrespetuoso” y una penalización por su simpatía hacia el anterior presidente americano, Donald Trump. “Las relaciones húngaro-americanas estaban en su apogeo durante la presidencia de Trump, y está claro, por la lista de países invitados, que la cumbre va a ser un evento político doméstico”, dijo a ‘The Washington Post‘ la Embajada de Hungría en EEUU. “Por tanto, los países que estaban en términos amistosos con la anterior Administración no han sido invitados”.

Preguntada por estas contradicciones respecto a las credenciales democráticas de los asistentes, la portavoz de la Casa Blanca, Jen Psaki, no aclaró cuál había sido el criterio de selección. “La inclusión o una invitación no es un sello de aprobación a su manera de abordar la democracia”, declaró en referencia a los países invitados. “Ni una exclusión es sello de lo opuesto a ello, o de desaprobación”.

“La inclusión no es un sello de aprobación a su manera de abordar la democracia. Ni una exclusión es sello de lo opuesto a ello”

Otras elecciones también han despertado interrogantes: Polonia, con una deriva similar a la húngara en su hostigamiento del poder judicial y de la libertad de prensa, sí que asistirá. Turquía, miembro de la OTAN y aliado tradicional de EEUU, pese a los roces con el autoritario presidente Recept Tayyip Erdogan, no está en la lista, pero sí lo está Brasil, cuyo líder, Jair Bolsonaro, no deja de lanzar indirectas sobre su intención de perpetuarse en el poder.

Mientras tanto, China, la potencia que Washington tiene en mente cuando habla del avance de los modelos autoritarios en el mundo, ha respondido que ella también es una democracia. Pese a que solo hay un partido legal, las protestas democráticas son reprimidas con violencia y cárcel y el Estado ejerce el monopolio informativo, censura internet y viola sistemáticamente los derechos humanos en regiones como Xinjiang, su Consejo de Estado declaró que “no hay un modelo fijado de democracia; esta se manifiesta de muchas maneras”, y que la china era una “democracia que funciona”.

Otro de los motivos por los que China estaría molesta es que Estados Unidos también ha invitado a Taiwán: la nación isleña que Pekín considera parte de su territorio y que, por tanto, no tolera que otros países traten como una entidad independiente. Los cálculos estratégicos del Pentágono dicen que China invadirá Taiwán en un intervalo de cinco o seis años, con posibilidades de éxito.

Nacho Alarcón. Bruselas

El segundo motivo por la que la cumbre genera dudas es que su anfitrión, Estados Unidos, puede no estar en el mejor momento para dar lecciones de gobernabilidad, imperio de la ley y transparencia. El año 2021 empezó con un asalto al Capitolio por parte de una turba alentada por un presidente que todavía se niega a aceptar su derrota, envolviéndose en la tinta de calamar de mentiras y teorías conspirativas.

El pasado verano, la Casa Blanca retiró de manera desordenada y sangrienta sus tropas de Afganistán, un país en el que 20 años de guerra solo han servido, prácticamente, para volver al principio: al régimen fundamentalista de los talibanes. Una mancha difícil de borrar en el honor y la moral de Estados Unidos, incapaz, desde hace décadas, de acabar las misiones que empieza.

El mundo percibe estos y otros problemas: la desigualdad creciente, la pésima o carísima cobertura sanitaria, la financiación prácticamente secreta e ilimitada de los partidos políticos y una polarización que lo emponzoña todo, incluyendo la campaña de vacunación o el uso de mascarilla contra el covid. Como contábamos en El Confidencial hace unos días, solo un 17% de los encuestados en los países industrializados cree que la democracia americana “es un ejemplo a seguir”. Números a años luz de la reputación de la que solían gozar los estadounidenses.

Argemino Barro. Nueva York

El tercer motivo que genera recelos es que la cumbre no tiene mecanismos vinculantes, lo cual, unido a las cuestionables credenciales democráticas de algunos de los asistentes, invita al recelo y la desconfianza. Voces conservadoras, como la del diplomático Elliott Abrams en un debate de la Heritage Foundation, han declarado que se trata de una operación de relaciones públicas para Biden. Un montón de palabras biensonantes sin nada debajo que las sostenga.

Al mismo tiempo, como argumentan los defensores de la iniciativa, estaríamos en el momento adecuado para iniciar un debate y hacerlo con el músculo que solo puede poner el Departamento de Estado, que tenía, hasta 2019, el cuerpo diplomático más amplio del mundo: el que tenía más puestos (hasta que fue superado por… China). 2021 se va a zanjar con un historial de seis golpes de Estado, por ejemplo el de Sudán o el de Myanmar, y con un retroceso general de las simpatías democráticas en el mundo: el mayor en 25 años, según un estudio de la Universidad de Cambridge.

Respecto a la autoridad moral de Estados Unidos, este nunca fue un país perfecto, lo cual no le impidió luchar eficazmente, en ocasiones, por sus banderas morales. Lo hizo, según el veterano diplomático Daniel Fried, en la Segunda Guerra Mundial. “Estábamos peor en 1945. Teníamos segregación legal en este país. ¿Significa eso que no tendríamos que haber apoyado la democracia en Europa porque teníamos defectos?”, dijo Fried, exsecretario de Estado americano de Asuntos Europeos, durante un debate en Al Jazeera acerca de la cumbre.

“Teníamos segregación legal. ¿Significa eso que no tendríamos que haber apoyado la democracia en Europa porque teníamos defectos?”

Los académicos James Goldgeier y Bruce Jentleson escriben en Politico que la cumbre puede acabar siendo una “herida autoinfligida”, pero también puede ser salvada. Estos recomiendan incluir en ella a personalidades de la sociedad civil de estos países, criticar abiertamente los abusos que se cometan en ellos y utilizar la Cumbre para la Democracia de Copenhague, que se celebra el próximo junio, para revisar hasta qué punto se ha tratado de cumplir las promesas que se hagan esta semana.

El Gobierno estadounidense ha tratado de no ser demasiado concreto respecto a los detalles del encuentro. En palabras de la portavoz, Jen Psaki: “Uno siempre está intentando mejorar, liderar mejor, para presionar a otros países a mejorar, y esta es una oportunidad para hacer exactamente eso”, declaró. “Entiendo, por supuesto, el interés en la lista de invitados, pero no está destinada, de nuevo, a ser un sello de aprobación o desaprobación. Simplemente, está destinada a tener un diverso abanico de voces y caras y representantes en el debate”.

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