Órdago comunista: la ‘modélica’ coalición socialista, a punto de reventar en Portugal

Portugal se asoma al precipicio. Con la crisis del coronavirus aparentemente superada —ejemplo mundial, con más del 85% de adultos con la pauta de la vacuna completa— y estrenando la vida pospandémica, esta semana ha aparecido un inesperado barranco para que el que parece no haber frenos y cuyo fondo se intuye ya con claridad: la implosión de la coalición de gobierno, la disolución del Parlamento, elecciones anticipadas y una preocupación acuciante sobre la aplicación de los fondos europeos pospandemia para el primer trimestre. De sonreír a la recuperación a lidiar con una imprevisible crisis nacional.

Todo ha sucedido en apenas un día, el lunes, tras confirmarse que el Gobierno del socialista António Costa no tendrá los apoyos suficientes para sacar adelante el miércoles los que serían sus séptimos presupuestos. De los 230 diputados del Parlamento, 115 votarán en contra, 86 escaños de los diferentes partidos de derechas, y en un sorprendente giro, los socios de izquierda. El marxista Bloco de Esquerda (19 diputados) y el Partido Comunista Portugués (10) han asegurado que esto es un “basta” definitivo y han señalado a Costa el sendero hacia el vacío.

“Llegamos al límite”, explicaba el líder comunista, Jerónimo de Sousa, sobre cómo se cerró una decisión que ven inamovible. “El Gobierno no respondió a lo que consideramos fundamental”, aseguró. Los comunistas exigían aumentar la inversión en la golpeada sanidad pública, revisar las leyes laborales —que cuentan aún con ecos de fuertes ajustes durante el rescate del país hace una década— y subir más el salario mínimo, que los socialistas pretenden incrementar en unos 40 euros, hasta los 705 euros. Son todas reivindicaciones habituales del PCP, que ya ha ayudado a sacar adelante seis presupuestos de Costa, al igual que el Bloco, a veces votando a favor y otras absteniéndose.

¿Por qué ahora el rechazo? Los exsocios de Costa argumentan que, si bien es cierto que se ha salido de la crisis del covid, hay que dedicarse de una vez por todas a asuntos que siempre se van demorando en vez de seguir enfocándose solo en reducir el déficit. Más gasto social y menos obsesión con ajustar las cuentas macroeconómicas. Y eso es tanto como pedir a Costa que ponga fin a la fórmula que internacionalmente se elogió como el ‘milagro portugués’.

Lola Sánchez. Lisboa

El primer ministro, que convocó un consejo de ministros de urgencia la noche del lunes, tiene poco menos de 48 horas para decidir. O cede, buscando un improbable respaldo del Bloco, apenas el único que deja una rendija abierta al entendimiento, o verá rechazadas sus cuentas para el año que viene. El presidente del país, el conservador Marcelo Rebelo de Sousa, ya ha avisado de las consecuencias. Si eso sucede, disolverá la Cámara y habrá elecciones, abocando el fin anticipado de una legislatura que recibe su zarpazo justo después de haber superado lo peor de la pandemia.

El cuento de Pedro y el lobo

La crisis que ahora mantiene en vilo el país se ha ido gestando durante la última semana, pero sin generar una preocupación en la opinión pública. Cada año, el PCP y el Bloco amagan con bloquear los presupuestos si no se atienden sus propuestas, un tira y afloja que suele producirse de cara a la segunda y definitiva votación del documento, una vez ya ha pasado por las comisiones.

En esta ocasión, las alarmas se encendieron porque las exigencias se plantearon antes de la primera votación, que suele ser apenas una cuestión de protocolo para iniciar la tramitación. “Es llamativo, desde luego, pero la sensación es que va a salir adelante de todas formas”, era el comentario general de varias fuentes cercanas al Gobierno oídas por El Confidencial este fin de semana, durante el que se produjeron intensas reuniones entre el gabinete y el PCP, que concluyeron sin acuerdo.

Enrique Martínez. Lisboa

Como telón de fondo, la necesidad que tienen tanto el PCP como el Bloco de reivindicarse ante su electorado como elementos relevantes tras seis años en que han respaldado a Costa sin sentir nunca que sus peticiones fueran completamente atendidas. Más de un lustro de dar y no recibir en justa medida, apuntan desde las filas de los partidos. Algo que ha acabado por desgastarles y provocar una sangría de votos, especialmente visible en las elecciones municipales del pasado septiembre, en las que el Bloco se quedó sin representación en varios municipios en los que entró cuatro años antes, y los comunistas perdieron alcaldías en las que gobernaban desde que llegó la democracia al país con la Revolución de los Claveles, en 1974.

Deterioro entre la izquierda

Ese golpe electoral colmaba un vaso que empezó a llenarse a finales de 2019, cuando Costa ganó las elecciones generales sin mayoría absoluta. Lejos de repetir el esquema que le aupó al poder cuatro años antes, basado en un acuerdo oficial con el Bloco y el PCP para gobernar en solitario, pero con su apoyo en el Parlamento, decidió no pactar grandes líneas y se limitó a alcanzar acuerdos puntuales para resolver problemas puntuales.

Lola Sánchez. Lisboa

Una controvertida estrategia que sembró dudas sobre la estabilidad de la segunda legislatura socialista y fue recibida como un desprecio entre los antiguos socios de izquierda, que amagaron en varias ocasiones con oponerse a medidas del Gobierno, alineándose con los intereses de la derecha. Un ejemplo fue el pasado marzo, cuando todos los partidos, salvo el socialista, se unieron para aprobar tres proyectos de ley que obligaban al Ejecutivo a aumentar el gasto social en varios colectivos especialmente afectados por la pandemia. Costa reaccionó enviando el asunto al Constitucional, alegando que cualquier medida que implicase un aumento de gasto en un presupuesto ya aprobado debía ser decidida por el Ejecutivo. El tribunal le dio la razón, pero el episodio enrareció aún más las relaciones entre la izquierda.

En este contexto, la votación del miércoles se presenta como un punto de no retorno, el posible fin de aquella alianza que hace seis años adquirió fama internacional bajo el nombre de ‘geringonça‘, una palabra portuguesa que define una suerte de mecanismo improbable que, de alguna forma, funciona. Era la forma despectiva de la derecha de referirse a una alianza de izquierdas en la que pocos creían. Seis años después, el divorcio asoma en el Parlamento de Portugal.

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