Trump, extasiado con su propia estrategia pero con escasos resultados, amenaza con reactivar la guerra comercial y dispara la incertidumbre

Entre los problemas que enfrenta el mundo para lidiar con la presidencia de Donald Trump están que el mandatario de Estados Unidos es volátil e impredecible. También, que se tiene a sí mismo en muy alta estima y se considera un negociador maestro. Esas características se combinan con potencial explosivo en el terreno de los aranceles, donde el republicano esta semana vuelve a asomar al mundo a una guerra comercial y dispara, de nuevo, la incertidumbre.

El 9 de abril, siete días después de dar una sacudida global con el anuncio de la imposición a decenas de países de gravámenes que llama “recíprocos”, Trump estableció una pausa de 90 días para que esas naciones negociaran acuerdos que colmaran exigencias de Washington. Asesores comerciales del presidente como Pete Navarro llegaron a prometer “90 pactos en 90 días”. Sin embargo, para el sábado, a cuatro días de la fecha límite, solo tenían dos acuerdos marco con el Reino Unido y Vietnam y una tregua con China, con el que los plazos de negociación son diferentes.

Hay varios socios comerciales fundamentales, como la Unión Europea (UE) y la India, que negocian contra reloj y bajo intensas presiones para alcanzar pactos marco similares a los de Londres y Hanói. También están avanzadas las conversaciones para acuerdos del estilo con Corea del Sur, Malasia, Indonesia, Tailandia y Japón, según distintas informaciones de prensa. 

Este viernes Trump aseguraba que el lunes va a empezar a enviar a una docena de países cartas marcando unilateralmente aranceles. Ya la víspera, al hablar de esas y otras misivas, había dicho que podían incluir gravámenes que llegarían “hasta el 60 o 70%”, un porcentaje más alto que ninguno de los que anunció el 2 de abril, en aquella jornada que bautizó como “el día de la liberación”. Además, explicó que entrarán en vigor el 1 de agosto, un nuevo plazo que refuerza la táctica repetida de ir variando y prorrogando los plazos para que los países amenazados negocien.

“Podemos hacer lo que queramos”

Trump está convencido de su mano ganadora en esta partida comercial y se ve en una posición de fuerza, como demostraba hace un par de semanas al decir: “Podemos hacer lo que queramos, extender plazos o acortarlos”.

Desde su círculo se defiende que “entiende lo que está haciendo“, presionando no solo hacia la reciprocidad mayor sino también habiendo impuesto ya gravámenes de base generalizados del 10%, así como los del 25% a automóviles y componentes y del 50% al acero y al aluminio. Y tiene en cartera proyectos de gravar otros sectores específicos, como la madera, los productos farmacéuticos, el cobre y los minerales críticos.

Con sus aranceles ya ha conseguido de momento que EEUU recaude 80.000 millones de dólares, y los ingresos de sus gravámenes serán más que bienvenidos tras la aprobación de una ley fiscal que eleva un déficit ya disparado.

Incertidumbre y daños

Sus movimientos inestables y mensajes vagos respecto a las negociaciones y los pactos con socios comerciales también siguen disparando la incertidumbre y dañando o poniendo en peligro tanto la economía nacional como la mundial. 

Es esa incertidumbre sobre el alcance real que acabarán teniendo los aranceles, por ejemplo, la que ha esgrimido el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, para explicar por qué el banco central estadounidense no rebaja los tipos de interés pese a que los actuales datos de inflación y empleo sustentarían esa decisión que tan insistentemente reclama Trump. 

Aunque el presidente se lanza furioso contra Powell pidiendo su dimisión, el presidente de la Fed verbaliza el mismo análisis que la inmensa mayoría de economistas: los aranceles acaban pagándolos las empresas y el consumidor estadounidenses y las políticas de Trump amenazan con subir la inflación y afectar a las cadenas de suministros. Ya las exportaciones de EEUU cayeron en mayo. Y aunque los datos de las bolsas o el mercado laboral hayan sido buenos en los últimos meses, está instalándose el pesimismo entre consumidores y empresas. Es costoso ajustar patrones comerciales y cadenas de suministro cuando no se conoce con certeza el alcance que tendrán los aranceles en el futuro.

Otros retos

Hay otros retos que plantea Trump a los socios comerciales que deben negociar con él. Muchos dudan de su palabra y su compromiso si se produce cualquier conflicto o enfrentamiento después de haber alcanzado un acuerdo y temen que pueda elevar un arancel ya fijado o imponer uno nuevo si algo le molesta.

Se suman la frustración y confusión ante los múltiples interlocutores de EEUU (desde el representante de comercio Jamieson Greer hasta el secretario de Comercio, Howard Lutnick o el del Tesoro, Scott Bessent) y los mensajes contradictorios. Bessent, por ejemplo, dijo hace unos días que espera que unos 100 países acaben con el mínimo de 10% en sus aranceles y sugirió que se podría seguir negociando hasta el 1 de septiembre. Es un plazo más extenso que el que ha barajado públicamente Trump.

Además, es problemática la incertidumbre legal. El Tribunal Internacional de Comercio de EEUU desautorizó a Trump el pasado mes de mayo por imponer la mayoría de sus aranceles apelando a una ley de emergencia económica. Aunque un tribunal de apelaciones le autorizó a seguir aplicándolos mientras decide el caso, la resolución está pendiente.

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