Un impulso a la gestión de residuos

Nuestro modelo económico parte de una premisa: el consumo. Sobre este pilar sostiene gran parte de la actividad, la producción, el empleo y, en consecuencia, los ingresos fiscales que alimentan el estado de bienestar. Las empresas, sea cual sea su tamaño, necesitan que los ciudadanos adquieran sus productos, alimentarios, tecnológicos, textiles o de cualquier otra naturaleza. Sin embargo, este modelo tiene una cara b: la producción de residuos. Y si el consumo marcha a un ritmo excelente, no se puede decir lo mismo de la gestión de la basura que produce.

Durante décadas, las administraciones y los ciudadanos hemos mirado hacia otro lado, como si el problema no existiese. Así que, en esencia, nos hemos limitado a meterlo debajo de la alfombra. Es tan cierto que hemos carecido de planes integrales y visiones estratégicas por parte de todas las administraciones, como que la conciencia social ha brillado por su ausencia. Tanto, que pagar el recibo de la basura ha sido tradicionalmente un engorro y el encarecimiento de su factura, casi un llamamiento a la rebelión.

Por fortuna, las cosas van cambiando, aunque no a la velocidad que sería aconsejable. Es verdad que hoy hay una mayor sensibilidad social sobre la necesidad de proteger y cuidar el medio ambiente, sobre la importancia de la sostenibilidad e incluso sobre la conveniencia de un consumo responsable. El reciclaje y la reutilización de artículos, siendo todavía minoritario, adquieren cada día mayor importancia en nuestras conductas cotidianas. Sin embargo, la presión de la sociedad de consumo por adquirir de forma constante nuevos productos, de renovar nuestras pertenencias, sigue ganando de largo la batalla. Todos queremos –otra cosa es necesitar– más. Y este fenómeno global ejerce una presión brutal sobre la generación de residuos. La cuestión es qué hacer con ellos.

En Galicia las cifras no son ejemplares. La comunidad apenas recicla el 15% de los residuos, muy lejos del 50% que fija la legislación europea. Aquí la práctica habitual de los ciudadanos es mezclar los residuos domésticos, quizá en la convicción que ya serán otros quienes los separen. Derivamos nuestro deber cívico, nuestra responsabilidad, en terceras personas. Y no. En el lado positivo, Galicia es una de las comunidades que menos residuos genera. Además del coste ambiental, hay otros más fáciles de cuantificar. Así, sobre la Xunta pesa una multa de 1,5 millones por no alcanzar los objetivos fijados por la UE para el reciclaje.

La gestión de residuos es un problema complejo que no se resolverá con iniciativas milagrosas. A la reticencia de los consumidores se le unen las notables deficiencias en las infraestructuras municipales de recogida. ¿Cuántas veces hemos visto contenedores de reciclaje –papel, vidrio o plástico– desbordados o directamente estropeados durante días o incluso semanas? ¿No es este el peor mensaje posible para animar a su utilización?

La Xunta está dando una vuelta de tuerca a su estrategia y plantea cobrar más a los concellos que separen mal la basura. Entiende que los gobiernos municipales no están haciendo sus deberes y apuesta por la presión fiscal para llamarlos al orden. Aquellos ayuntamientos que cumplan podrán beneficiarse de incentivos; aquellos otros que ignoren sus obligaciones serán penalizados con un encarecimiento del canon, que acabará llegando a los recibos de los domicilios. Una empresa se encargará de monitorizar el proceso. Nos atrevemos a adelantar que los resultados serán deprimentes. Basta recorrer las calles de nuestras ciudades y pueblos para constatar qué está pasando.

La vía fiscal debe ser una más, pero no la central, mucho menos la única. Es, sin duda, la más fácil y tiene las patas muy cortas. Eso ya se ha hecho, por ejemplo, con las infraestructuras viarias. Siempre es más sencillo rebajar los límites de velocidad o sembrar de radares las carreteras con alta siniestralidad que invertir en la mejora de sus diseños y medidas de seguridad. La salida de Vigo por la autovía A-52 es el epítome de esta política. Mientras, el mercado ofrece cada día vehículos más rápidos y potentes (el utilitario más modesto sobrepasa de largo los 120 kilómetros por hora). El Estado recauda más, pero los conductores no viajamos más seguros. Nos tememos que con los residuos pasará algo parecido.

«Galicia afronta un desafío mayúsculo: darle una salida adecuada a los residuos. Y esta es una tarea de todos: de administraciones
y de los ciudadanos»

Así que la estrategia no puede pasar únicamente por la vía represora –como es una mayor imposición tributaria–, sino que debe ir más allá. Las campañas de sensibilización –en las aulas y en los espacios públicos– son una excelente herramienta para hacernos entender que el reciclaje es imprescindible, no una acción excéntrica de un puñado de activistas medioambientales. Extender de forma masiva esta práctica en la hostelería y el comercio (vidrio, envases de plástico, aceite, papel, textil…) es capital, porque son grandes generadores de residuos, en muchos casos incontrolados. También se debería potenciar los recursos humanos y tecnológicos. Ampliar las infraestructuras y los puntos limpios, hacerlos más accesibles y eficientes. Estar mucho más vigilantes con los residuos industriales, con inspecciones más intensivas y sanciones ejemplarizantes. Gratificar a quien lo está haciendo bien para que vea que su comportamiento tiene recompensa. Es clave una coordinación más eficiente entre administraciones, hasta ahora en continuas batallas por el coste del servicio. Y aprovechar el impulso que se le está dando a la vivienda y a los nuevos proyectos urbanísticos para que las infraestructuras vinculadas a la gestión de residuos tengan el protagonismo que se merece… Queda, como se ve, un largo camino por recorrer.

Hoy que tanto se habla de la gestión sostenible y de economía circular, Galicia afronta un desafío mayúsculo. Y ya que consumir de forma responsable, sensata, moderada se presenta más como un desiderátum que una realidad cercana, al menos contribuyamos entre todos a darle una salida adecuada, medioambientalmente sostenible, a todo aquello que ya no necesitamos o a los restos de lo que hemos consumido.  Y entre todos significa exactamente eso: todos.

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