‘Winter is coming’: la batalla mundial que se avecina este invierno por el gas natural

Desde China, llegan reportes de fábricas paralizadas y semáforos apagados en medio de unas draconianas medidas de ahorro energético. En Rusia, contenedores vacíos aguardan a ser llenados de gas natural mientras la Unión Europea denuncia un chantaje por la caída del suministro. En Pakistán, los responsables de las importaciones energéticas admiten que el país sufrirá apagones durante los próximos meses en medio de la indignación popular. En Brasil, los hospitales reciben a pacientes con quemaduras de tercer grado tras cocinar con alcohol de quemar intentando sortear los prohibitivos precios del combustible.

Son todo aristas de un mismo problema. Uno que lleva meses provocando una crisis energética a cámara lenta en Europa y que, día a día, se expande al resto del mundo. El enorme aumento de la demanda de gas natural este 2021 —alimentada por la acelerada recuperación económica pospandémica— ha pillado a contrapié a los principales exportadores, incapaces de aumentar su oferta tanto ni tan rápido. Este desequilibrio ha disparado el precio de este hidrocarburo en el continente más de un 250% en lo que va de año, una tendencia que los analistas de la industria no prevén que se vaya a frenar. Al contrario. Faltan pocos meses para que comience el invierno y todo apunta a que lo peor está por llegar.

El invierno pinta mal”, explica Gonzalo Escribano, director del Programa de Energía y Cambio Climático del Real Instituto Elcano. Porque se esperan temperaturas bajas, porque los niveles de almacenamiento están bajos en Europa, porque hay tensiones en los mercados globales y porque hay muchas incertidumbres”, agrega el analista.

EFE

En Europa, los pronósticos apuntan, en el mejor de los casos, a un incremento sostenido y significativo de los precios. En el peor, se podrían experimentar potenciales crisis puntuales de suministro. “Si Europa sufre un invierno duro, tendremos problemas de suministro de gas”, advirtió recientemente Domenico de Luca, jefe de Trading & Ventas del Grupo Axpo —el principal ‘trader’ de electricidad de Europa— durante un encuentro con periodistas en Suiza.

Antonio Turiel, investigador en el Instituto de Ciencias del Mar del CSIC, considera que poco puede hacerse a estas alturas para evitar los problemas que se avecinan en los meses venideros. “El invierno siempre es una época del año en la que hay más demanda de gas, lo que implica un mayor consumo. Viene un invierno duro. Es muy probable que la capacidad de producción de Rusia y Argelia no sea suficiente para nosotros”, apunta Turiel, autor del blog ‘The oil crash’, en entrevista con El Confidencial. Europa no será la única región afectada. Desde China hasta Brasil, gran parte del planeta está a punto de adentrarse —o ya está en las trincheras— en una batalla económica, logística y diplomática por el gas natural.

China, una crisis tras otra

El Gobierno de China ha impuesto una serie de estrictas medidas para restringir el consumo de energía. Xi Jinping quiere neutralizar así el desmedido aumento de los precios del carbón y el gas natural, y al mismo tiempo conseguir que el cielo se mantenga azul durante los Juegos Olímpicos de Invierno, que se celebrarán en Pekín en febrero de 2022. El presidente chino busca demostrar a la comunidad internacional que se toma en serio la descarbonización de la segunda economía del planeta y el compromiso del contaminante país asiático con la lucha contra la emergencia climática.

Sin embargo, casi la mitad de las regiones de China incumplieron sus objetivos de consumo energético y se encuentran desde entonces bajo una creciente presión para frenar el gasto energético. Entre las provincias más afectadas se encuentran Jiangsu, Zhejiang y Guangdong, un trío de potencias industriales que, en conjunto, representan casi un tercio de la economía de China.

Lucas Proto

El refuerzo de las medidas de ahorro energético está afectando a una amplia gama de industrias, incluyendo la tecnológica. Varias empresas de suministro y ensambladoras de productos para Apple y Tesla, entre otras multinacionales, han anunciado la paralización de parte de su producción en China para cumplir con las exigencias del Gobierno central. Esta nueva sacudida a los mercados internacionales se produce inmediatamente después de que la crisis de deuda de Evergrande, la segunda mayor promotora inmobiliaria del gigante asiático, desatara el pánico entre inversores.

No solo es la industria. Existen indicios de que las medidas impuestas por el Gobierno chino están comenzando a afectar tanto a hogares como a los pequeños y medianos negocios del país. La provincia de Guangdong, por ejemplo, ha solicitado a sus ciudadanos que aprovechen más la luz natural durante las horas del día y que limiten el uso del aire acondicionado.

Antonio Turiel: “Hay una demanda energética creciente, pero la producción es la que es”

Por ahora, el mayor problema del país continúa siendo el carbón. Un informe reciente de la agencia Bloomberg señala que los operadores de las plantas de carbón chinas están luchando para conseguir el combustible, que también ha subido drásticamente de precio, para mantenerlas en funcionamiento. Ante este escenario, Pekín está utilizando todos los recursos posibles para garantizarse el suministro de electricidad y calefacción para el invierno. La redoblada presión china en el mercado internacional de gas está exacerbando todavía más la disparidad entre la oferta y la demanda global. A este ritmo, se prevé que China se convierta este año en el mayor importador mundial del combustible, superando a Japón.

“Desde Asia se están produciendo compras muy agresivas de gas que están yendo hacia Japón, China e India. Hay una demanda energética creciente, pero la producción es la que es”, avisa Turiel.

EEUU, un cuello de botella

Ante la hambruna de gas natural que recorre el mundo, resultaría lógico pensar que el principal productor mundial de este combustible está ahora mismo frotándose las manos. Pero Estados Unidos no solo es el mayor productor de gas natural del mundo, también es su principal consumidor. De hecho, hasta 2017, el país compraba más combustible del que vendía. Y si bien la llamada revolución del ‘fracking’ consiguió convertir al país norteamericano en uno de los mayores exportadores de gas del mundo, la potencia todavía tiene grandes limitaciones a la hora de trasladar el gas más allá de sus países vecinos (en 2020, aproximadamente el 55% de sus exportaciones se realizaron por gasoducto hacia México y Canadá).

EFE

Mover este combustible no es sencillo si no se cuenta con gasoductos conectados con el lugar de destino. La alternativa es su licuefacción y transporte mediante buques metaneros. Sin embargo, es un proceso complejo que requiere de infraestructura especializada para enfriar el producto hasta convertirlo en Gas Natural Licuado (GNL). El número relativamente pequeño de plantas de licuefacción con las que cuenta Estados Unidos —algunas en zona de riesgo por el paso de huracanes y tormentas— es el cuello de botella que impide ampliar el volumen de exportación más allá de las costas del país.

Y este no es un problema que se pueda solucionar de la noche a la mañana. Esta infraestructura requiere de una considerable inversión y tarda años en construirse, por lo que sería necesario algo más que un aumento repentino de los precios para convencer a la industria de EEUU de que una ampliación de su capacidad exportadora merece la pena. El objetivo de la administración de Joe Biden de acelerar la transición energética tampoco ayuda en este apartado. “Habría que vender la idea a unos inversionistas que están, esencialmente, pensando: ‘Pero ¿qué estáis haciendo? Deberíais estar rotando hacia la energía eólica”, explicaba recientemente un analista energético al ‘Financial Times’.

Incluso si así fuera, una ampliación considerable de la exportación estadounidense de GNL podría tardar más de una década en ejecutarse. Incapaz de cambiar nada de cara a este invierno, al país norteamericano no le queda otra que seguir mirando atónito cómo los precios del gas en Asia y Europa, que hace poco más de un año eran similares a los suyos, son ahora hasta cinco veces mayores.

Rusia, barriendo para casa

Si bien Estados Unidos es el principal productor de gas natural del mundo, Rusia es, con diferencia, el mayor exportador. Sin embargo, pese a la inmensa demanda, en los últimos meses las exportaciones de gas ruso a Europa han experimentado un marcado descenso. ¿Cómo es posible?

Para muchos analistas, la respuesta es evidente. Para el Gobierno de Vladímir Putin, utilizar la dependencia europea del gas ruso como arma geopolítica para obtener concesiones es, a estas alturas, algo rutinario. En esta ocasión, se especula que la reciente negativa de Rusia a vender combustible a sus vecinos occidentales más allá de lo que está obligada contractualmente forma parte de la presión de Moscú para que la Unión Europea ratifique su polémico gasoducto Nord Stream 2.

“La presión geopolítica es, sin ninguna duda, un elemento de la cantidad de gas que ofrece Rusia a Europa. Resulta imposible comprobarlo o contrastarlo con seguridad, dado que, sobre el papel, Rusia está cumpliendo sus contratos. Pero cuando Europa quiere comprar cantidades adicionales de gas, Moscú no las está dando. Y esto está tensionando los mercados. Es un comportamiento estratégico”, argumenta Escribano a este periódico.

María Zornoza. Bruselas

Sin embargo, aunque pocos dudan de que este tipo de presión sea uno de los factores que el Kremlin tiene en cuenta, algunos expertos consideran que la razón principal es un problema mucho más elemental: el aumento del consumo interno de gas en la propia Rusia.

De acuerdo con información de Bloomberg, el almacenamiento ruso de gas para su propio consumo interno se encuentra en niveles críticos. Así que, para garantizar la calefacción y energía necesarias para sus ciudadanos durante el invierno, el gigante energético paraestatal Gazprom necesita mantener tanto gas natural en casa como el que actualmente envía a Europa Occidental. Cada día, suministros equivalentes a cerca del 80% de las exportaciones diarias a Europa están siendo bombeados a almacenes subterráneos del país euroasiático.

El mayor consumo ruso de su propio combustible tiene un factor coyuntural. Las temperaturas inusualmente frías de su pasado invierno e inusualmente cálidas de su reciente verano han provocado un aumento de la demanda energética. Sin embargo, también forma parte de una tendencia más amplia. La propia Gazprom pronosticó en junio de este año que el consumo doméstico de gas natural aumentaría un 7,5% en el próximo lustro, independientemente de los eventos climáticos.

Antonio Martínez. Berlín

Para Turiel, esto no supone ninguna novedad y es una muestra de la ceguera del Viejo Continente. “Es un problema para Europa que era perfectamente previsible. De hecho, se había previsto hace 10 años que pasaría”, asegura el investigador. “Se sabía que llegaría un momento en el que los principales suministradores de gas vía gasoducto, Argelia y Rusia, alcanzarían sus puntos máximos de extracción de gas. A partir de ahí, el problema es que la producción de gas de esos países empieza a decrecer a la vez que su consumo interno aumenta, reduciendo más todavía las exportaciones”, agrega.

Brasil, seco y harto

Brasil atraviesa este año, según estimaciones oficiales, la peor sequía en 91 años, concentrada en las regiones centro-oeste y sur del país. Según un reciente informe del Servicio Meteorológico Nacional de Argentina, el 75% de la cuenca del río Paraná —la mayor parte del cual se encuentra en Brasil— está afectada por sequías moderadas o excepcionales, lo que equivale a unos 70 millones de hectáreas de superficie. Un auténtico mazazo ecológico y energético para el Gobierno de Jair Bolsonaro, cuyo país depende en gran medida de la energía hidroeléctrica para la generación de electricidad; en 2020, esta fuente suministró el 66% de su demanda eléctrica.

La sequía actual no solo afecta a Brasil, sino a gran parte de la región sudamericana. Argentina y Chile, por ejemplo, también esperan unas cuotas de producción hidroeléctrica anormalmente bajas hasta fin de año. El resultado es un desbalance energético regional que golpea doblemente a la economía brasileña, la cual depende de importaciones de electricidad de Argentina y de gas de Bolivia.

Valeria Saccone. Río de Janeiro

El ya impopular Ejecutivo de Bolsonaro, asediado por la opinión pública debido a la catastrófica gestión de la pandemia y a varios escándalos de corrupción, teme arreciar la ira de la ciudadanía ante el inevitable aumento de los precios del gas y el combustible, por no hablar de potenciales apagones y fallos de suministro (como ya ocurrió durante una sequía similar en 2001). Por ello, se ha lanzado a la importación de cuanto GNL pueda conseguir, superando un récord mensual de compra este septiembre, según datos de Refinitiv y la consultora Kpler citados por Reuters. En este gran juego de suma cero, esto ha provocado que las limitadas exportaciones estadounidenses que normalmente se destinarían hacia Europa se desvíen hacia la nación latinoamericana, con la novena mayor economía del mundo.

Europa, sin solución a la vista

Se palpa el temor en muchos gobiernos en Europa. Tras un verano marcado por las constantes subidas del precio de la luz a lo largo y ancho del continente, la inminente llegada de un invierno empeorará considerablemente la factura energética de la ciudadanía. Ante esta coyuntura, el Gobierno de España propuso este mes a Bruselas aplicar a la crisis energética un modelo de acción conjunta similar al de la campaña de vacunación, basado en la centralización de la compra de dosis por parte de la Comisión Europea. En esta ocasión, se trataría de crear un sistema conjunto para la compra de gas. Sin embargo, la capacidad de acción del Ejecutivo comunitario no permite por el momento ejecutar un plan de tal calibre.

¿De quién es la culpa? “La crisis actual es el resultado de una combinación de factores. Desde las meras realidades del mercado hasta las condiciones climáticas, la geopolítica y, en cierta medida, las decisiones políticas, incluidas las relacionadas con el cambio climático”, indica Carol Nakhle, experta en Energía del Centro Carnegie para Oriente Medio, a El Confidencial. “Sería simplista señalar con el dedo un solo factor“, concluye.

Nacho Alarcón. Bruselas

A medio plazo, la dependencia externa de este combustible pone en peligro los compromisos europeos de descarbonizar la electricidad. Para lograr el objetivo manifiesto de cero emisiones netas para 2050, los precios del gas deben subir y la inversión en el sector debe caer. Pero en este momento, el gas continúa siendo una fuente de energía indispensable.

“Tenemos un problema estructural más allá de los coyunturales, y es que no vamos lo suficientemente rápidos en el despliegue de renovables y tecnologías asociadas para cumplir con los objetivos de transición energética. Estamos muy lejos de conseguirlo”, opina Escribano. “Al mismo tiempo, las empresas ya no tienen el incentivo de antaño para invertir en petróleo y gas como antes porque piensan que en 2050 no van a vender ni un barril de petróleo en Europa. Y en este lapso, esos riesgos de transición son muy relevantes y hay que gestionarlos muy bien”, concluye el investigador de Elcano.

Si se está, o no, a tiempo de llegar a los objetivos planteados para la mitad de este siglo, nadie lo sabe con certeza. Lo que sí no se puede evitar es que se acerca el invierno boreal. Y parece que a Europa, como a gran parte del mundo, se le va a hacer muy largo.

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